Para mi esta es la mejor película de Mizoguchi y posiblemente una, sino la mejor, de las mejores películas japonesas de todos los tiempos. Quizás decir que es la mejor de Mizoguchi es algo injusto, ya que es posiblemente la más extraña de sus obras (dejando de lado los chambaras que rodará a mediados de los 40, casi de manera publicitaria), pero aún así, hay una perfección formal en esta película, que va desde los complejísimos movimientos de cámara (para los que Mizoguchi construyó grúas específicamente para la película) hasta la posición de los actores dentro del plano, que jamás se ha repetido en el cine japonés, ya que la perfección de Ozu nace de la observación pasiva de lo cotidiano.
Sin embargo, en toda esta historia de honor y voluntad masculina hay un bello momento mizoguchiano, que es el final de la primera parte, cuando el líder de los 47 samuráis se despide de su mujer. Ahí el espacio íntimo de la mujer característico del cine de Mizoguchi se da la mano conla épica masculina de esta película. Y es una película épica. Hay que dejarlo bien claro, ya que últimamente nos hemos acostumbrado a que el cine épico sean grandes paisajes, grandes ejércitos y grandes batallas, pero aquí va más allá que todos esos gestos, muchas veces inútiles. La épica nace de las acciones y de las palabras, pero también de la ambición de Mizoguchi en cada escena.
Para realizarla, Mizoguchi se basó en el cine de Josef von Sternberg, pero se puede decir que superó ampliamente a su maestro en complejidad formal. En Genroku Chushingura hay tanto el clasicismo de la regla del samurái como la modernidad del cine. Fue una obra inmensa para su época, tanto que dos estudios tuvieron que unirse para poder realizarla y encima fue un fracaso económico. Su historia puede ser similar a la de Ciudadano Kane, ya que ambas hablan de la idiosincrasia de aquellos que ostentan el poder y sobre su relación con las personas que les siguen y ambas son dos películas adelantadas a su tiempo en lo que se refiere a la concepción del plano y el movimiento de la cámara. La diferencia es que mientras Welles, dolido por la incomprensión hacia su película, se hizo cada vez más radical; Mizoguchi hizo su cine más introspectivo y consiguió recuperar la confianza del público. Genroku Chushingura supone la culminación de las obsesiones estéticas del Mizoguchi de los años 30. Un punto final de su filmografía, que luego se reinventaría a partir de Utamaro y las cinco mujeres.
Obviamente, no es una película para pasar el rato, ni para ver cuando uno tiene tiempo libre. Hay que prepararse específicamente para verla, ya que es muy exigente. Es a lo mejor como una gran novela clásica, voluminosa y lenguaje retorcido, que a lo mejor a priori no es tan divertido como un libro contemporáneo y de lectura fácil, pero a la larga su recompensa es muchísimo mayor