Por albures caprichosos, comencé mi andadura por terreno Imamura con su última obra (Agua tibia); no me gustó, pero continué retrocediendo poco a poco en el tiempo, desandando lo que el maestro había hecho en orden inverso; la segunda y tercera inmersiones (Doctor Akagi, La anguila) siguieron sin convencerme, pero me gustaron más; a la cuarta (Lluvia negra), comprendí al fin por qué es considerado un grande, y después de eso comencé a asustarme, ya que las que he ido viendo después me han parecido, sin paliativos, extraordinarias, ¡y aún me quedan tantas!
El deseo profundo de los dioses es conservar las tradiciones/supersticiones, pero el profundo deso de los mortales es, simplemente, amar, copular, sobrevivir. Esta película, que anticipa ya muchos de los rasgos que luego aparecerán en la igualmente estupenda La balada de Narayama, es un ejemplo perfecto de antropología narrativa, en la que los personajes, idiosincrásicos y genuinos, construyen un mosaico rico y complejo de las relaciones humanas en una microcomunidad aislada y conservadora. Oposiciones binarias entre tradición y rebeldía, moral y deseo, sociedad e individuo, salpican estas tres horas de puro cine pero, por encima de las tesis, las ideas, los principios, lo que prima son las historias individuales, particulares, personales de cada uno de estos personajes, que le dan cuerpo, voz y alma al relato.
Toda una obra maestra.