Al parecer, hubo un tiempo en el que las pantallas japonesas eran una disputa entre dos actores: Raizo Ichikawa y Shintaro Katsu... A mi, la figura de los dos me recuerda (quizás injustamente) el enfrentamiento eterno entre el clown blanco y el augusto, el payaso "listillo" contra el payaso "pobre". Raizo Ichikawa procedía del teatro kabuki, en el que era toda una institución (y eso pese a que al parecer no provenía de una familia de actores, lo cual debía relegarle a papeles menores). Katsu (pequeña inversión de términos), procedía de una familia de actores en la que su padre había sido un grande del shamisen en el kabuki. Pero él, no se dedicó a ello. Así, Ichikawa posee una cierta nobleza en el gesto y Katsu una presencia inmensa, y curiosamente Misumi dividió su corazoncito entre los dos (aunque algunos insinuan que prefería a Ichikawa). Yo prefiero a Katsu.
Lo primero que se nos viene a la cabeza viendo Satan's swords es como hará Ichikawa y su impasividad para trasmitir toda la maldad del personaje. En Katsu todo el cuerpo evoluciona (de ahí que pudiera interpretar con esa brillantez a un espadachín ciego), en Ickikawa el gesto es un leve movimiento de una ceja, de los labios, un ligero brillo en la mirada. Y su voz, profunda, en la que decide depositar a su personaje. Nuestro satán particular vaga por esos mundos que en las manos de Misumi son de una belleza extraordinaria y la historia se enrieda y enrieda hasta que hay momentos en los que no sólo la historia estaba enredada, pero el caso es que nos da un poco igual, porque estamos asistiendo a un extraño poema del mal en forma de tríptico y nos dejamos llevar...
Personalmente he visto las películas como un todo, y no sabría muy bien por dónde decantarme... Sólo el devenir de la historia hace más interesantes los diferentes momentos, pero el trabajo de Misumi es magnífico en todo instante. Me sigo aún preguntando por cual motivo nos niega siempre ese combate sobre el que gira toda la historia, como siempre se acaba ahí, como nunca empieza ahí. También esa sucesión de mujeres dobles, y bueno, qué decir de nuevo de la historia de paternidades un poco traicionadas, que tanto obsesionaba a su director, que como ya comenté por algún lado, fue un hijo bastardo, de un rico comerciante y una geisha, que lo abandonaron.
En fín, chambara inmenso, que uno no debe perderse... Tan imnenso como el trabajo de Luzu y el de Fingolfin. Gracias a los dos.