«La ironía como arma
M. T.
EL PAÍS - 25-03-2005
Nada sabíamos en España ni sobre él ni sobre el cine surcoreano cuando se estrenó La isla, cruel, terrible peripecia amorosa dirigida por uno de los cineastas más respetados por la exhibición internacional, Kim Ki-duk, que nos dejó literalmente con la boca abierta: ¿de dónde sale un tipo capaz de mostrar así el dolor que siempre va anexo al amor, qué clase de personajes son esos que aman entre anzuelos y desgarros, sin palabras casi, pero con abundante efusión de sangre? No menos sorprendidos quedamos cuando se estrenó la siguiente entre nosotros (no la siguiente suya: este hombre puede hacer dos o más películas al año), Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera, una fábula budista igualmente recorrida por impulsos de crueldad, pero presidida por la voluntad pedagógica, bien que un poco de postal, y con personajes, una vez más, aislados por voluntad propia y con apenas contacto con un mundo exterior siempre amenazante.
Y ahora, con la tercera que nos llega, este Hierro 3 que ganó merecidamente premios importantes en Venecia y en Valladolid, volvemos a experimentar esa misma desazón, esa sensación de estar contemplando a personajes muy alejados de nosotros... aunque no podamos apartar la mirada de la pantalla. El protagonista de esta peripecia no puede ser más ordinario y, al tiempo, más imprevisible: es un hombre que dedica su tiempo a entrar en casas de las que provisionalmente están ausentes sus propietarios, pero no para robar en ellas, o para ocuparlas: mucho más inesperadamente, se dedica a vivir sólo un rato, a tomarse un café, a ordenar algo desordenado... para después volver a desaparecer, y así hasta la siguiente.
Lo que viene de inmediato a la cabeza del espectador es que está asistiendo a un filme que le despierta ecos de una narración de Julio Cortázar, Casa tomada, mostrada no desde donde lo hace el argentino, sino desde la perspectiva del ocupante. Pero más allá de las evocaciones, Hierro 3 se convierte en realidad en otra cosa: no en un filme surreal -por mucho que tenga bastante de tal-, sino en un irónico cuestionamiento de algunos de los tótem sobre los que construimos nuestra identidad: la noción de propiedad, de privacidad, de comunicación; la posesión de espacios, objetos y, claro, también de personas. Película desconcertante, Hierro 3 sirve para demostrar, una vez más y por si aún hiciera falta, qué es lo que tanto nos atrae del cine asiático, ese hasta hace poco desconocido y ahora ya un reclamo indispensable para ayudarnos a pensar en nuestro tiempo... y en nosotros mismos.»