¡Esa pandilla allzinera! ¿Todos bien?
Algunas cosas que comentar. Esta película me gustó muchísimo por lo que supone como ejercicio de cine. Que Lav Diaz asuma riesgos es afortunadamente normal, y los riesgos se traducen en logros de la creatividad que, es verdad, funcionan mejor o peor, pero que no dejan de ser logros. Aquí el director nos hace un retrato del fascismo, del que conoce (el de Ferdinand Marcos durante su dictadura), aunque el fascismo es fascismo en todas partes, es universal. Así que el armazón es local e histórico: llegado un momento en su presidencia de Filipinas, Marcos se da un autogolpe de Estado, declara la Ley Marcial, anula el Congreso y, para extender el terror por todo el archipiélago, arma a milicias paramiliares para controlar cada pueblo. El terror es la herramienta del fascismo y se sirve de todo: desde las ejecuciones hasta el acoso pasando por el folclore y las costumbres. En ese momento histórico, nace en Filipinas un movimiento llamado
Doctors for Barrios que lleva a médicos voluntarios a abrir consultas rurales gratuitas para atender al pueblo. Esto no es más que el punto de partida de la película, que se explica en parte en los cinco primeros minutos (salvo el hecho de que ese movimiento médico existió realmente; es más, ha tenido muchas réplicas por todo el mundo, cada una en sus circunstancias y algunas de hecho actuales). Es lo que Lav Diaz nos quiere contar. Y a mí, a diferencia de a Danyyyy, no me pareció en absoluto "íntimo".
Y ¿cómo lo hace? Pues decide hacer una obra casi teatral, con personajes que desempeñan roles fijos, sin desarrollo psicológico, sin apenas personalidad propia. Son canciones. Cada personaje es una canción, a lo sumo dos, que interactúa con las otras canciones, con los otros roles. Es verdad que los dos o tres más protagonistas tienen alguna evolución durante la película, pero no es importante, sólo es funcional. Lo importante es que el autor determina unas cuantas realidades que se enfrentan en el drama. Son realidades inamovibles, son verdades universales. Y cada una es una canción cantada sin música (en una muy interesante “naturalización” del recurso; eso fue lo que me hizo descartar en los subtítulos las cursivas o los signos que solemos usar para indicar que están cantando. Al fin y al cabo, si todo el mundo se comunica cantando, ¿están cantando?, ¿hay algo que indicar? Pues eso pensé…). Y por el paréntesis anterior es por lo que tenemos que entrecomillar “canción”: alguna llega incluso a hacerse tediosa en la repetición, en la falta de ritmo… lo que no me cabe duda de que es intencionado. No lo he dicho aún, pero todo está escrito por Diaz, “canciones” incluidas. El resultado de este atrevimiento es dispar: en ocasiones llega a “chirriar” un poco, pero en otras, cuando las canciones conversan, dialogan y hasta se solapan, llega a cotas de lirismo acojonantes.
No es el único logro creativo. En una construcción tan “rígida” de enfrentamiento de roles, la trama se mueve poco, le cuesta avanzar, así que Lav Diaz recurre a una
voz en off, y decide incorporarla en un personaje visible (
¿voz en on?) que no sólo le ayuda con el discurrir narrativo, sino que le resuelve en parte los problemas derivados de tener cantando a actores que no son cantantes, porque para ese recurso narrativo elige a la actriz de mejor voz, a la que mejor canta. Es la que se encarga de cantar la “canción de la madre que aún espera al hijo que todos saben que nunca va a volver”, y es un momento estremecedor.
Y tampoco ese es el último logro creativo. En un tremendo momento, vemos al líder de la facción paramilitar saliendo a dar una soflama. El discurso del fascismo es especial: tiene que alienarte sin argumentos. En esa escena, el líder (el monstruo de dos caras) suelta un discurso que no se entiende, que no tiene subtítulos porque no es tagalo ni inglés ni ningún otro idioma. Y de nuevo rinde a sus subordinados aunque no se entiende una palabra de lo que está diciendo, de nuevo los subyuga. ¿Qué hace aquí Lav Diaz? Toma un fragmento de un discurso real de Ferdinand Marcos, lo reproduce al revés y le pide al actor que lo memorice así y que lo declame con un
staccato de rap. Una maravillosa alegoría del discurso fascista.
En fin,
Season of the Devil es “ese tipo de película”. Tan arriesgada que, aunque a veces funcione irregularmente y otras increíblemente bien, encuentra su mayor valor precisamente en el riesgo, en la falta de complacencia del autor.
Por lo demás, esta vez Diaz tiene (algo de) presupuesto, y se va a rodar a Malasia (para un filipino es más barato rodar en Malasia que en la propia Filipinas) para a cambio poder contar con actores profesionales (no siempre es así en sus películas) y para contratar a su director de fotografía preferido, el gran Larry Manda.
Entre la sinopsis (a la que añadí los dos puntos por cortesía) y los fotogramas, creo que le pondría un «huir»
La sinopsis no es tal y la mitología sólo aparece como un recurso más del fascismo para implantar el terror entre el pueblo, así que tú te lo pierdes. Qué puedo decir. A mí me va este rollo.