Mi última película del año... anterior (claro). No es ningún misterio que para mi Nuri Bilge Ceylan es uno de los más grandes cineastas vivos. Su cine es un milagro, un misterio. Su aprecio por la literatura rusa le hace algo especial. Chéjov, por supuesto, siempre ahí presente (también aquí), pero ahora Dostoyevski, por ejemplo (lo cual nos lleva a otro director turco, Zeki Demirkubuz). Si Winter Sleep era su definitiva declaración de amor chejoviana, aquí se va a un punto más atormentado, para tratar la complicada relación entre un hijo con un padre, entre el hijo consigo mismo y el padre con todo.
Sí, estamos hablando de una película de más de tres horas. Tres horas que para mí fueron nada pero estoy seguro que para no pocos serán una losa. Ceylan no es un cineasta sencillo, porque hay que ser capaz de entrar en él. Es como una fina lluvia que acaba por dejarnos completamente mojados (siempre que no corramos a refugiarnos, cosa, ya digo, no muy difícil). Se toma su tiempo, sus imágenes son de una intensidad increíble (hasta el último aliento) y sus personajes también. Además, aquí también se permite reflexionar sobre su tiempo (y ya sabemos que los tiempos, ahora en Turquía, dan para mucho). En esta película, además, también parece entregado a una curiosa búsqueda formal (la conversación entre el protagonista y una amiga, junto a un árbol, es prodigiosa... si el cine sensorial existe, es esto, sin necesidad de que te muevan el sillón o te tengas que poner gafas 3D).
En fin, si os atrevéis con ella, si ya conocéis su cine (anikiba, lo tuyo con este hombre no tiene nombre
), os vais a encontrar con una película bellísima, terrible, puro cine.