Vista.
A mí me ha aburrido, porque 2 horas de películas para lo que se cuenta es excesivo. Y vale que tiene mucha acción, pero todo se reduce a mostrar mucha violencia pero pocas coreografías marciales. Supongo que la opinión de cada uno dependerá de lo que vaya buscando. Quien vaya buscando violencia y sangre a raudales, quedará plenamente satisfecho, pero quien vaya buscando coreografías elaboradas –como yo-, quedará decepcionado. Y es que aquí hay cuchilladas, puñaladas, degollamientos, amputaciones y todo lo que se te ocurra hacer con armas de filo, pero el nivel marcial es pobre, pues hay poca técnica de patada y de puño (en ese aspecto sólo la salva el combate final). Eso sí, luxaciones hay para dar y tomar, así como algunos codazos y rodillazos. Vamos, que se suplen las coreografías marciales elaboradas por la violencia más gore y los ríos de sangre. En lo marcial, no hay nada que no se haya visto ya anteriormente en otras producciones. Nada novedoso ni nada sorprendente. Incluso en la pelea en la nave del muelle al director se le ocurre imitar durante algunos segundos el estilo de “Hardcore Henry (2015)”, aunque viendo el resultado, parece que lo dejó a tiempo.
La película está haciendo ruido por esa violencia, cuando marcialmente es inferior a otras producciones de años anteriores, como por ejemplo, la alemana “Plan B (2016)”, que no la ha visto ni el tato, pero que es muchísimo mejor desde el punto de vista de las coreografías que “The night come for us”. Ya ni hablamos de las “John Wick”, que se comen a esta película por las patas. O de la primera “The raid”, obra maestra que raya a un nivel con el que esta película sólo puede soñar.
Todo el peso marcial recae sobre Joe Taslim e Iko Uwais, porque el resto de personajes tienen un nivel marcial bastante bajo. La cinta se recrea en la violencia, como ese matón degollado al que se le cae un trozo de vaca en la cabeza, aplastándosela; o ese al que el personaje de Bob le revienta los sesos con el cartel de “Suelo mojado”. Y multitud de situaciones estúpidas, como esa riada de enemigos que intentan entrar por una puerta entreabierta, dando machetazos al aire sin acertarle a nada (el que quiera ver una situación realista de lo que pasa cuando alguien intenta mantener una puerta cerrada y se queda con medio brazo fuera cuando los malotes llevan cuchillos y quieren entrar, que vea “Green Room / 2015”). Además, una vez abierta la puerta, parece que les cuesta trabajo entrar (supongo que habrá alguna barrera invisible que se lo impide). Ese es el conocido “Síndrome del Palmero”: mientras al protagonista le vienen de uno en uno, el resto de enemigos “masillas” esperan tocándole las palmas. Ocurre lo mismo en la escena del furgón policial. Es más, en esa escena se ve como dos de los policías están al fondo, esperando a entrar en acción cuando termine el turno del que está peleando con Joe Taslim. Y vuelve a ocurrir lo mismo en la nave del puerto: enemigos que van a por Taslim de uno en uno mientras que los demás miran impasibles como a sus compañeros les curten el lomo. Para evitar esto, lo suyo habría sido quitar a tanto masilla y meter a pocos contendientes. Pocos pero que sean capaces, en lugar de muchos pero que son unos paquetes. Pero claro, si metemos a muchos, el nivel de violencia y sangre puede ser mucho mayor. Solo hay un momento en esa escena en la que los masillas tienen una epifanía y deciden atacar todos a la vez cuando Taslim tiene a uno tío agarrado a modo de escudo. Luego los malos vuelven a su modus operandi de ataque individual.
Respecto a las féminas, la Seis Mares morena, Dian Sastrowardoyo, se limita a poner cara de mala y de sádica, y a presumir de cable extensible de acero, pero lucha de pena. A la rubia, Hannah Al Rashid, en su primera escena de lucha, para que se luzca y demostrar lo mortal que es con el cuchillo, le vienen los enemigos de uno en uno. Y también es mala hasta el tuétano, que en otra escena posterior le da por girar un crucifijo y ponerlo bocabajo. Eso es el súmmum de la maldad. Bueno, la pelea posterior con cuchillos está bien, todo hay que decirlo.
La sensación es que las coreografías podrían haber dado más de sí, aunque para ello deberían de contar con stuntmen con un mínimo nivel de calidad. Mal vamos si la senda del cine indonesio es tirar por la violencia extrema en lugar de currarse unas mejores coreografías. Suerte para ellos que los tailandeses ya no son lo que eran desde que falleció el grandísimo Panna Rittikrai (que el Dios de La Lucha le tenga en su gloria).
En resumidas cuentas, muchas violencia pero poca acción marcial de calidad. Se lleva un "Ver si no hay otra cosa".