Y ya la vi. Y sí: pros y contras
Ls comparaciones son odiosas, pero me resulta inevitable compararla con la de Kunio Watanabe de 1958. Aquella película, la antigua, creo que tiene mucho de, porque quiere ser como o rivalizar con, ese estilo hollywoodiense de películas bíblicas de los años cincuenta, lo que puede hacerla un tanto pomposa y empalagosa, y fuerte tendencia a la hagiografía (vidas y milagros de santos). Pero vamos, en este sentido creo que el
Buda de Misumi (1961, con Kijiro Hongo y Shintaro Katsu) es una peli más dura (de tragar
). En 1979 ya no se llevaba ese estilo y esta película es otra cosa, lo que seguramente la hace más accesible al público contemporáneo. No es que no salga algún que otro milagro, pero son menos, y más discretos, que los de la película de 1958. El tema de las invasiones mongolas, quizá por falta de presupuesto para montar una buena batalla con barcos en la orillita –que no faltaban en 1958–, se toca en esta película casi de pasada y de mala gana, restando importancia al papel de Nichiren, al contrario de lo que ocurría en la de Watanabe. El detalle es importante. A pesar de que algún que otro milagrillo esté ahí, se trata de una película mucho más racionalista y escéptica, en la que se nos quiere presentar a un Nichiren más humano, menos tieso, y pétreo, que el de Kazuo Hasegawa. Y sobre todo más sensible: llorón, incluso (aunque, de forma graciosa, hay una escena en que él asegura que jamás derrama una lágrima
). Esta clase de aproximaciones a los personajes tienen por objeto, es obvio, acercárnoslos humanamente, pero tienen sus riesgos: se quita mucha de su majestad a las figuras míticas y uno puede terminar pensando que aquel era un tío cualquiera. Y lo malo es que a lo mejor es lo que era (emoticono de tsukasa: emojo mesándose la barbilla o rascándose la cabeza, sumido en la duda).
Una ventaja para mí obvia de esta película de 1979 es que, en armonía con esa «humanización» de la historia del personaje, se intenta mayor objetividad con respecto a lo histórico y se presta más atención a las circunstancias políticas de la época (mediados del periodo Kamakura) y a sus protagonistas, lo que la hace más «educativa» históricamente hablando. Sobre su buen o mal
tempo, con sus dos horas y veinte minutejos, la verdad es que no puedo decir mucho ya que me vi obligado a verla a cachos. La fotografía es uno de los fuertes de la película sin duda, con maravillosas ambientaciones naturales y lujo de detalles en vestuario de época, armas incluidas (por ejemplo, las espadas curvas que se ven no son katanas, sino tachis, de acuerdo con la historia). La música también esta muy bien, con, curiosamente, elementos españoles (pasodobles, boleros a-ravel-ados...). Y el reparto, poblado de estrellas, mayores y menores. Por cierto que Kinnosuke Nakamura aparece aquí con su otro nombre, Kinnosuke Yorozuya; algunos supongo que dirán que sobreactúa, pero yo siempre pienso que no es que los actores sobreactúen, sino que más bien los directores sobredirigen, o infradirigen
En suma, una peli muy bien hecha, muy recomendable sobre todo para quienes tengan interés por ese periodo histórico; para los que lo tengan por el personaje, quizá sea mejor introducción la película de 1958, ya que, justo por lo hagiográfico y pomposo que la caracteriza, seguramente retrata mejor lo que representa la figura legendaria del monje Nichiren para los japoneses.