Bueno, y ahora que por fin he visto la película –ya que le hacía los subs, no estaba de más también verla
–, comentaré un poco de aquella manera un par de impresiones.
En general, es un dramón amoroso a cinco bandas –si llevo bien la cuenta– con intervenciones malévolas de un destino bastante burlón, que monta la cosa de manera que el protagonista siempre sea querido, y por varias mujeres, sin que jamás se den los encuentros ni momentos adecuados para que ni él ni ellas puedan encontrar la felicidad.
Pero lo que más me llamó la atención fue el uso y abuso de intertítulos para tratarse de una película muda. Continuamente se interrumpe la trama visual con estos cartelitos, produciendo un efecto intrusivo tan irritante casi como en aquella película de Lily Chow con sus mensajitos-con-tacatacaruiditodeteclitas. ¿Por qué, Hiroshi?
Se me ocurría la idea delirante (o no) de que fuese una especie de experimento de cine-protesta con el que Shimizu trataba de reclamar la imposición del cine sonoro en Japón. Recordemos que la primera sonora japonesa data de 1931 (un Gosho sobre una vecina ruidosa), pero no se generalizó hasta 1935 ( pesar de que hubo unas pocas más en el ínterin, desde 1931). Por lo visto, esto se debía al sistema establecido de los benshis. Desconozco los detalles de la historia, pero cabe imaginar que en ello mediaron intereses gremiales y de la industria, lo cual daría pie a mi atrevida teoría del «cine-protesta». Porque uno ve esta peli a trompicones, con continuos puñetazos en el ojo en forma de cartelazos (intertitulazos) que presentan diálogos casi al ritmo de una película sonora: es como gritar: «tíos, si me dejarais que se oyese a los actores, os libraríais del suplicio al que os someto»
La siguiente de Shimizu, Tokyo no eiyu (Hero of Tokyo), fue todavía muda. Pero fue la última muda de Shimizu.