No solo me ha parecido la mejor película del Sono pre-Suicide Club sinó que creo que es una de sus películas más perfectas, una en las que intenciones y resultados dan todos en el blanco.
Los conceptos que maneja que podríamos considerar experimentales en vez de resultar un medio de conseguir singularidad son al contrario los que le dan grandeza a la película. Esos planos eternos son hipnotizantes, pasan los segundos, los minutos, la cámara no se mueve, los actores ni hablan, y uno se encuentra incapaz de perderse detalle de cada gesto, cada sonido. Y es que el sonido es uno de los esos elementos que engrandecen el resultado final (me llamó mucho la atención que a veces el sonido ambiente no se corresponde con el contexto de las imágenes), incluyendo una banda sonora basicamente percutiva y tribal.
También la elección de la pareja de actores es perfecta. Akaji Maro entiende esta forma de entender el cine como pocos y Yoriki Doguchi siempre será mi lolita favorita del cine de los 80. Ambos no paran de hablar y hablar sin necesidad de abrir la boca. Que cosas.
Y es curioso que haya tenido que ser con una película de su primera etapa para que me de cuenta de cuanto sabe de cine Sono mucho más allá de su imagen de chiflado porretas. Ahora estoy convencido de que aún le quedan unas cuantas grandes películas en el repertorio.