Parece que vivimos tiempos en los que la autocrítica tan de moda en décadas pasadas a dado paso a un nuevo espíritu en el que disfrutamos como niños repitiéndonos delante del espejo lo insoportablemente guapos que somos, y sin duda este espíritu de orgullos nacionales, desprecio al ajeno, revisionismo y sobrevaloración de lo propio que es ya el distintivo común de la política interna y externa de medio mundo no es algo ajeno a todo ello.
Y es que, y ya centrándome en la película, aunque puedo comprender que el director pudiese estar harto de tanta visión negativa de lo que fué el Japón imperial, belicista y fascista de la primera mitad del siglo XX, y aun basándose en hechos históricos intentar describir los últimos dias anteriores a la rendición como un asunto entre hombres honrados, íntegros y honorables hasta la médula, y retratar a Hirohito como un San Gabriel sin alas ni halo me parece excesivo y poco sincero. Seguro estoy de que la mayoría de aquellos militares que regían los destinos de Japón eran unos impresentables y que Hirochan, como la mayoría de emperadores de la historia, un imbécil insensible y descerebrado.
Pero bueno, todo sería salvable sin la película al menos tuviese un poco mas de ritmo e interés a la hora de contar los acontecimientos, pero también nos falla por ese lado.
Como mínimo, mejorable.