¡Hola, comunidad! ¡Que alegría verme aquí escribiendo; así, como una persona normal con una vida normal!
Sabed que os he echado de menos, y aún tengo que buscar el hilo de la yakuzada para presentar mis respetos y mis disculpas. El caso es que todo se me complicó. Lo que no tenía remedio... pues no lo tuvo; lo que lo tenía... o está remediado o en vías de.
Y al grano (aunque no sé si seré capaz): fui conminado a ver y comentar esta estupenda película. La vi, pero hasta hoy nada de comentarla... Lo cierto es que ni cine he visto estos meses. Bueno, sí: caí en una fiebre revisionista de Bela Tarr que me dio tanto tiempo entre plano y plano que agudizó mi estupefacción general.
Va, me esfuerzo. Al grano: estamos ante una película única en un muy amplio sentido. El abiertamente autoproclamado comunista Tadashi Imai (uno de los míos, un camarada, aunque más allá de lo más trillado no he visto gran cosa suya) hace un ejercicio tan austero como impecable con una trama de zancada corta pero recorrido largo. Eficaz, como el materialismo dialéctico debe ser.
Y esa eficacia se apoya en la sencillez: una construcción básica, con su momento para desarrollar la empatía, su momento para predecir el drama (una parte del filme montada como si de cine mudo se tratara, con inflexiones visuales; no extrañaría encontrarse con una pizarrilla con dos líneas de diálogo de vez en cuando en lugar de oír a los actores) y el drama desencadenado.
Lo de la película única en el más amplio sentido lo digo porque, que yo sepa, la productora, Daitô Kôgyô Co, hizo ésta y no más, con lo que es fácil imaginar que Imai puso sus yenes y se buscó a un par de colegas que pusieran los suyos. También porque el hermano pequeño, el polvorilla, George Okunoyama, también hizo ésta y punto. Y sí, claro, esa fuerza de la naturaleza llamada Emiko Takahashi, la hermana y protagonista, hizo ésta y... eso: nada más. Vale, llegados aquí es muy fácil, hasta romántico, pensar que esta historia es precisamente
su historia. Pero no lo creo. Ni los apellidos de los actores dan para pensar que fueran hermanos ni realmente los años cuadran: a pesar de todo su gigantesco aire natural, ella tiene bastantes más de los 11 años que creo recordar que le adjudican. Más allá de eso, sí: la película es real y honesta.
(Hablando de años: si ha de fiarse uno por primera vez de lo que encuentra por la red de redes, Tanie Kitabayashi tenía 58 cuando interpretó a la abuela. A mí que me lo expliquen: ni su muy buen saber hacer ni el escaso maquillaje dan para parecer tan verdaderamente anciana. Aunque sí, vale, los 58 de 1959 no tenían nada que ver con los 58 de 2016. Pero reparad en ello cuando la veáis. Da cosa.)
En cuanto a la trama. Poco más que añadir a esa sinopsis de arriba. Imai lo deja muy claro mediante un periódico que lee el informado y por eso mismo tan preocupado como bienintencionado vecino: estamos en 1958, un año después de los incidentes raciales con
Los Nueve de Little Rock, cuando las primeras leyes antisegracionistas de EEUU permitieron a los afroamericanos i
ntentar ir a clase con los blancos.
Y nos queda la duda: ¿racismo en Japón? Bueno, racismo en todas partes. Y si no, que se lo pregunten a los ainu. De todas maneras, eso fue, o es, una cosa doméstica; no sé si el número de extranjeros allí da para despertar según qué sentimientos. Eso sí: hemos leído de cierto malestar por su Miss Japón negra de 2015. Tan hermosa como buena persona y amantísima madre y esposa.
Los, como no podía ser de otra manera, maravillosos subtítulos de subeteorimono (otro camarada, aunque aún no se ha dado cuenta)
y la película de Imai estaban destinados a encontrarse. Así que uno no puede perderse esta oportunidad.