Dios mío, dios mío... Dejadme que abandone mi retiro espiritual para escribir desde el sobrecogimiento. Yo, defensor a ultranza de las películas de menos de noventa minutos, debo rendirme ante la evidencia de una película de doscientos. Cierto, no es una película para todos los públicos. Cierto, es una película que se puede perfectamente odiar. No tiene nada para gustar más allá de una sensibilidad brutal, de una reivindicación del cine sensorial (para entendernos, el cine a la manera de un Hou Hsiao-Hsien), de un cine para los sentidos. Y ahora, de un cine para las palabras, los gestos, el desvanecimiento.
Hay que decir que Nuri Bilge Ceylan no es uno de esos cineastas modernos que te dejan el plano ahí y se marchan a tomar algo. Como Bresson, que está en los agradecimientos, cree en el plano justo (que no es el plano "para todos los públicos"). Como en aquel, uno mira una y otra vez buscando ese momento, ese segundo que sobra. Y no se encuentra. O nos sobra toda la película (porque no es un cine para nosotros) o no nos sobra absolutamente nada.
Chejoviano hasta la médula desde su primera película, Nuri Bilge Ceylan se abandona ordenadamente al escritor ruso película tras película. Empezó adoptando el tono de sus relatos, de su obra breve, pasó a capturar el espíritu de su obra menos breve y ahora, con Winter sleep, se ha pasado directamente a su teatro. Quién se extraña de esta última película es que no leyó jamás a Chéjov. Anatolia no es más que otro rincón la estepa rusa.
Winter sleep es una reflexión sobre las ilusiones perdidas, el vacío y la necesidad de encontrar algo, cualquier cosa, que nos permita sobrevivir a nosotros mismos. Pensada como una obra de teatro que avanza entre lo íntimo y lo inmenso (que sin embargo resulta igualmente íntimo), simplemente traza la vida de tres personas destruidas que toman conciencia de su destrucción, mientras el mundo se mueve, triste pero vivo, a su alrededor.
Interpretaciones colosales, fotografía que corta la respiración (pero no por los paisajes, que son absolutamente inmensos, sino por ese cuidado en la más mínima escena, ese amor por la luz) y, sobre todo, una dirección infernal, sobrenatural, llena de detalles, rica hasta la opulencia (en una película formalmente minimalista). Solo hay que pensar en el final en el que, de repente, todo se mueve, todo se agita, ligeramente, pero con una emoción que nos sobrecoge, como una flor invernal que se abre a una primavera improblable (sí, me ha quedado un poco cursi, pero quién la haya visto lo entenderá).
Como decía, no es una película para todos los públicos. Seguramente es una película para apenas algunos. Pero esos algunos no la olvidarán fácilmente.