Que las películas de Ghibli son excepcionales no es un gran descubrimiento. Que cuando vienen de la mano del maestro Miyazaki o de Takahata, el nivel roza niveles dificilmente alcanzables por otros, también es una realidad.
El "segundo" de Ghibli nos regala su visión de la leyenda de la princesa Kaguya, nacida de un bambú.
Algo bastante arriesgado por su parte, ya que es una historia que está tan, tan, tan dentro del imaginario colectivo, que no puede llegar a sorprender, pues casi todo el mundo la conoce y sabe qué va a suceder.
Y aún así, haciendo suya es máxima que siempre tuvo el cine japonés, en la que no importa qué historia cuentes, sino cómo la cuentes, consigue una película de una gran sensibilidad en la que el precioso estilo de dibujo elegido, más cercano a los Yamada por el tipo de trazo (aunque sin ser caricaturesco) , que a su famosa Tumba de las luciernagas, es un protagonista más de la película. Es si no me equivoco la película más larga de Ghibli (supera las dos horas) y su historia, aparte de hablarnos del absurdo de las normas y situaciones que se llegaron a vivir en el japón antiguo, es extrapolable a nuestra realidad sin mucha dificultad. Animación preciosa, historia sencilla y concisa, y una precios banda sonora de Joe Hisaishi.
Una película triste pero deliciosa. La mejor despedida de etapa que podía tener Ghibli ahora que ha decidido dejar de producir largometrajes durante un tiempo, junto con -¡por supuesto!- el canto de cisne de Miyazaki: The wind rises.
Recomendadísima.