Casualmente ayer volví a ver la de Zatoichi de Kitano: porque le tocaba, pero lo cierto es que primero pensaba saltármela, pero a raíz de esta charla me vinieron nuevas ganas. Mi sorpresa fue que no recordaba que mi copia era con audio en francés; creo que la primera vez la vi a pelo (luego me perdí mucha cosa); la segunda, obtuve unos fr.subs y ya pude entender bien. Pero aunque un doblaje francés no pueda compararse con esos doblajes lamentables que se hacen en España desde hace un par de décadas, no son las voces originales, y eso no ayuda. Ahora ya me he hecho con una copia en VO
Debo decir que la ruptura con Joe Hisaishi se nota y que la música a ratos es espantosilla (al comienzo, por ejemplo; el rato del baile está mejor).
Lo del descuido del cine contemporáneo lo veo un tema muy diferente del otro, aunque estén relacionados, desde luego. Tiene su miga y hay muchos factores. Pero a trazos gruesos es resultado de lo mismo: el consumismo, en este caso la industria cultural, ha tendido cada vez más al blockbuster jolibudiense, y lo que cae fuera, arréglate como puedas. Una solución podría estar en la existencia de una buena crítica, buenas revistas para cinéfilos y programas de TV que no funcionasen, en lo posible, a golpe de payola. No sé si hay tal cosa pero imagino que no mucho. Sobre todo si la tendencia es la misma que la que siguió la prensa musical (pop) desde mediados de los ochenta para acá, pues cada vez de forma más exagerada, la crítica dejó de ser crítica: todo mola mazo, y cuando todo mola mazo, nada mola realmente, porque todo da igual. Ignoro si esto pasó con la prensa sobre cine porque nunca la he manejado.
Pero, visto desde otro ángulo, nada debería ser más natural que el desconocimiento de lo contemporáneo, pues las obras necesitan tiempo, o deberían necesitarlo, para obtener reconocimiento. Este proceso natural –no siempre justo a corto y medio plazo, pero seguramente sí a largo plazo: la imagen del tiempo como Juez...– fue desvirtuado, sobre todo en el siglo XX (aunque con antecendentes en el siglo anterior), con el advenimiento de la industria cultural y la propaganda, con todo lo que conlleva. Entre otros, crear un ansia de «estar al día», algo que subjetivamente a alguien (¡a alguien!
) le puede parecer muy necesario, pero que desde luego es una pseudonecesidad sin la cual se puede vivir perfectamente. A mí desde luego me importa un pimiento. Si oigo campanas de que acaba de salir algo y es bueno, si me fío del campanero, probaré, pero se quita uno uno peso de encima al olvidarse de eso de «estar al día», que bien mirado es una tontería como una casa