Nacido en 1919, no se puede decir que Nomura corriera una suerte especialmente afortunada como director (con respecto a nosotros, espectadores distantes). Pese a tener un número considerable de películas, solo nos han llegado un puñado, aunque entre ellas algunas con cierta fortuna (ser editado en España es algo prodigioso). Además, por azares del destino (o no) lo que nos ha llegado es fundamentalmente su cine de intriga, en el que ciertamente fue un maestro, pero que está lejos de ser todo lo que hizo.
Hijo de Hotei Nomura, importante director del cine mudo, debió pasar buena parte de su vida en los estudios. En la Shochiku, para ser exactos, que no era precisamente la compañía japonesa más interesada en mostrar sus películas en el extranjero (lo cual explicaría lo que comentábamos). En 1951 empieza su propia carrera que comprenderá desde comedias hasta chanbara, pero lo cierto es que será su encuentro en 1959 con el escritor de novelas policiacas Seicho Matsumoto, uno de los escritores de más éxito en el Japón de aquellos años, lo que determinará su cine, al menos tal como lo conocemos.
Su primera colaboración (de un total de ocho) será The chase o Skateout, y en ella ya tenemos muchas de las claves del cine posterior del director japonés: Matsumoto más el espíritu de la Shochiku de Ofuna (es decir, historias de gentes corrientes con importante presencia o protagonismo de mujeres). Dos detectives llegarán a un pequeño pueblecito en busca de un criminal. La clave para encontrarlo es una mujer casada y ellos, en un caluroso verano, se dedicarán a vigilarla. El clima, los trenes, los lejanos planos (los espacios abiertos), el ritmo incansable de la acción, los flashbacks, le darán un tono muy especial que de un modo u otro se irá trasladando de película en película.
Entre más comedias y obras diversas, llegará Zero focus, nueva colaboración con Matsumoto. En este caso, con una intriga invernal más teatral pero no menos apasionada. Menos sensorial, más meditada, cierto, pero no menos atractiva. En un frío blanco y negro, un misterioso suicidio le permitirá trazar un intenso retrato de pasiones humanas con magníficas interpretaciones (la intensidad de sus actores es algo que tampoco estará nunca ausente de su cine).
Tendrán que pasar diez años hasta que volvamos a encontrarnos con él y con Matsumoto, siempre Matsumoto. The shadow within (oscuro cuento de terror con niño inquietante y tensión constante, en el que se empieza a encontrar su gusto con el simbolismo) dará paso a una de sus obras más conocidas, The castle of sand. Película de intenciones sinfónicas (literalmente), todo en ella es Nomura llevado a la enésima potencia, como si intentara comprobar cuán lejos podía llegar. Con una primera hora y media fascinante en la que predomina la historia policiaca, pasará a un tour de force final tintado de melodrama, de cine mudo, de pasiones abruptas, arrolladoras.
Village of the eight tombs será su encuentro con otro escritor de éxito de novela policaca: Seishi Yokomizo, creador del detective Kosuke Kindaichi (aquí personaje secundario de su propia historia). El resultado será una obra trepidante, más instalada en el misterio que sus anteriores películas, y con toques del cine de terror. También será algo especial The incident, en este caso por ser una película de juicios, algo que no favorece mucho su tendencia natural al ritmo en la narración. La historia de un asesinato le servirá para mostrarnos unos personajes en estado de disolución moral.
En ese mismo año, Nomura volverá a encontrarse con Matsumoto para la que estaría tentado de calificar como su obra maestra: The demon. Todos los elementos de su cine se encuentran en ella, como si fueran la suma perfecta de ellos. En esta historia (que ahora nos recordaría al Nobody knows de Kore-Eda) de unos niños dejados con su padre (hijos que ha tenido con su amante) y el posterior intento de deshacerse de ellos, su cine vuelve a encontrar todo su aliento, todo su ímpetu, toda su tensión.
Los ochenta comenzarán con la última película suya que tenemos disponible de algún modo, Writhing tongue, otra anomalía (quizás la mayor) dentro de ese pequeño fragmento de su carrera que hemos podido seguir. Película de espacios cerrados, de tiempo estanco, sobre la lucha de una niña contra el tétanos, bajo la mirada atormentada de sus padres.
A mediados de los ochenta dejará de hacer cine (pasándose a la televisión), y en el 2005 moriría. Los premios recibidos durante su carrera son innumerables, pero eso no parece haberle dado el lugar que le corresponde en el cine japonés, seguramente. No tuvo el reconocimiento de los clásicos, no tuvo el reconocimiento de los directores de género, no tuvo el de los directores de serie B (o Z), ni el de los jóvenes que llegarían en los sesenta. Quizás porque no formaba parte de ninguno de esos grupos y no se sabía muy bien con quién juntarle o qué espacio darle. Director pues a descubrir (con no poco placer).
Introducción: Silien. Retrospectiva: Subeteorimono.
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