ALGUNOS DATOS Y CRÍTICA COMPLEMENTARIOS A ESTA VALIENTE PELÍCULA:
Arirang o la caverna poshumana. Arirang. Director: Kim Ki-duk. Corea del Sur, 2011. Guión: Kim Ki-duk. Elenco: Kim Ki-duk.
(Por Martín I. Pérez Calarco Conicet/UNMdP.)
Yo quiero ver un tren,
llévame a ver un tren,
no los recuerdo
yo quiero ver un tren.
L. A. S.
Primero hay una palabra extraña, Arirang, el título de una de esas canciones que todas las naciones tienen y que supuestamente ningún verdadero ciudadano desconoce, una especie de himno no oficial clavado atemporalmente en el corazón de una cultura. Después hay un hombre, que es Kim Ki-duk, que a través de la canción se convierte en un Sísifo oriental que va y vuelve, una y otra vez, del pie de la montaña al living de la caverna que instaló en la cima. Pero antes, mucho antes, en 2008 pero en realidad esa fecha no significa nada ya que apenas refiere a un hecho que hace visible un conflicto ancestral, hay un verdadero disparo al centro del hombre.
¿Hay una historia? Si hay una historia empieza durante el rodaje de otra película, Dream (2008), en el que una actriz casi muere ahorcada por una falla técnica. De ahí en más, Kim Ki-duk parece darle un portazo a la civilización y se arroja a la intemperie poshumana. Como si esa falla que convirtió un artefacto de utilería en una horca hubiera transformado en verdugo al director de cine, como si ese hecho fortuito no hubiera arrasado con su pensamiento cinematográfico sino con la humanidad entera, Kim Ki-duk se instala fuera de todo sistema (social, económico, cinematográfico) con algunos restos de cultura: monta una carpa pero dentro de una cabaña, corta leña pero tiene electricidad, abandona la industria pero se filma con una cámara doméstica, vive al día pero mira sus películas viejas, se enfrenta a la naturaleza pero tiene herramientas de última tecnología. Ahí, en la cima, donde sólo se puede estar solo, un cineasta surcoreano que tenía cuatro años cuando estalló la Guerra de Vietnam, registra su testimonio de la soledad, sus casi tres años en estado de reflexión. Lo vemos comer en primer plano con desafuero animal, lo vemos llorar, le vemos las grietas que se le marcan en los talones, lo vemos semidescalzo en la nieve, lo vemos usar el ingenio para que las tomas sean menos rudimentarias, lo vemos renunciar a la ficción y anunciar que “una película es una verdad”.
Pero también lo vemos confeccionar un arma y, en ese preciso instante, el cavernícola poshumano refunda la civilización. La película se quiebra porque de algún modo consigue un auto y nos muestra que el mundo sigue ahí mientras va camino a la única respuesta que parece encontrar para su dilema: un tiro certero a cada uno de los traidores. Esos disparos, esa resolución imaginaria que de concretarse lo devolvería a la civilización bajo el peso material de la ley, son la grieta por la que la ficción vuelve a filtrarse en el pensamiento de Kim Ki-duk.
Tras su autodestierro introspectivo, esta película marca el retorno del director surcoreano a los festivales internacionales y, con éste, la condensación, en cien minutos, de una idea a la que volvemos periódicamente y que excede a la forma contemporánea del ser humano; como si Kim Ki-duk volviera a cero, como si Arirang, finalmente, no fuera sólo el registro del drama existencial de un hombre sino un testimonio contemporáneo de por qué encontramos en la ficción, desde tiempos remotos, una vía de escape al dilema primigenio y natural de matar y morir.
Publicado por Centro Independiente de Estudios Culturales (
http://letraceluloide.blogspot.com.ar/2011/11/publicacion-bimestral-issn-n-1851-4855.html)