Me ha gustado y me ha sorprendido. Ya había visto anteriormente
Lost in Beijing, del mismo director, y la había encontrado atractiva y sugerente, pero en este caso esta última obra va más allá y resulta fascinante en muchos niveles: narrativamente, es sencilla, lineal y elíptica, pero clara; interpretativamente es elocuente y, en ocasiones, emocionante, las actrices especialmente están estupendas; la cinematografía y la música son hermsosas, puntúan suavemente esta historia de silencios que hablan; pero, si hubiera de destacar un aspecto sobre todos los demás en este film, sería su montaje: las escenas se encadenan de forma rápida, casi abrupta, sin dejar que haya tiempos muertos, solapando una emoción con otra, una acción con otra, sin demorarse pero sin precipitarse, me ha parecido un ejercicio narrativa y estéticamente bello y efectivo que, además, sirve para subrayar de forma inversa las pocas escenas (hacia la mitad de la película, cuando hay cierta ralentización del ritmo, y también al final, cuando se reposan todos los caminos que nos han conducido hasta allí) que se alargan, se toman su tiempo, y se prolongan más de lo habitual, permitiendo que los sentimientos empapen lentamente al espectador.
Es cierto que el guión puede parecer caprichoso en algunos momentos, pero la carga emocional de los personajes y la delicada red que se teje entre ellos me ha resultado totalmente creíble y, aún más, emotiva.
Imprescindible.