jidaigekipedia.comUna vida; una misiónTenía muchas ganas de ver lo que Takashi Miike había hecho en este remake suyo con
The Thirteen Assassins, uno de los grandes clásicos del jidai-geki y de Eiichi Kudo. Considerando que acaba de repetir la jugada con
Seppuku, y que eso ya ronda el sacrilegio, me parecía necesario prepararme antes psicológicamente.
Sinopsis: a principios de la era Koka, el inspector Doi se encuentra ante la imposibilidad de hacer justicia con Narutsugu Matsudaira, que amparado por su posición social y por ser el hermano del Shogun realiza una atrocidad tras otra sin recibir castigo alguno. Su única esperanza reside en Shinzaemon, a quien le encomienda la misión de reunir un grupo de hombres para asesinar al monstruo en su largo viaje a Akashi.
La primera hora de película es casi idéntica escena por escena a la original de 1963. Es como si Miike hubiera hecho un índice de la versión antigua y lo hubiera seguido al pie de la letra llevando a cabo pequeños ajustes aquí y allá. En este tiempo sólo hay cuatro novedades, dos de ellas dedicadas a amenizar el metraje con algo de acción, y otras dos destinadas a enfatizar la personalidad brutal de Narutsugu. Mientras que en el clásico parecía un niño grande malcriado y consentido, aquí es más bien un psicópata. Uno de tantos otros en la historia que se encontraron el poder con una mente enferma, o que enfermaron la mente a causa de su posición de poder. En varios sentidos su forma de ponerse por encima del mundo y de la muerte me ha recordado a la visión popular del emperador romano Nerón.
A partir de esa primera hora, el director se recrea con los detalles y las dificultades del viaje, acelerando un poco el desarrollo para poder empezar la batalla lo antes posible. Otorga protagonismo a personajes que no lo tenían, Hirayama y Koyata, uno por su extraordinaria habilidad con la espada y el otro por sus peculiaridades. Por lo demás las caracterizaciones son muy similares a las de la obra de Eiichi Kudo, excepto quizás la de Hanbei, a quien han envejecido para ponerse también en ese aspecto a la altura de Shinzaemon.
La batalla final es un verdadero espectáculo que dura el doble que la original. El número de rivales también sube de 50 a 200, aunque la diferencia se acorta porque Miike sí que obliga a sus trece asesinos a aprovechar la ventaja posicional antes de iniciar el combate. En cualquier caso cuando comienza el cuerpo a cuerpo la superioridad numérica sigue siendo abrumadora.
Las coreografías son un deleite visual de velocidad, efectos de sonido modernos, un uso apropiado de la sangre, y una colocación de cámaras ideal. No son elegantes y cuidadas como las de los clásicos del chambara, pero en este terreno es en el único que agradezco la modernización del género. Casi siempre se emplean dos golpes con cada rival; uno para desviar la katana y el otro para cortar. El único duelo en el que se supone que debe haber un intercambio apropiado es también una preciosidad.
Lo que debería haber sido el final de la película está transformado por no haber respetado la culminación de la relación entre Shinzaemon y Hanbei, algo que yo consideraba un elemento muy importante de la versión de 1963. Y más allá de eso, el final que Miike ha querido darnos tiene una nota discordante, imagino que fiel a su particular sentido del humor, que a mí me ha gustado poco o nada.
En definitiva, aunque me considero un poco purista en esto del jidai-geki, no puedo más que admitir que me ha agradado mucho ver esta actualización de una de sus grandes historias. Otra cosa es que vaya a reconocerle un gran mérito a un director que tan sólo ha desarrollado un patrón con nuevos medios y pequeños detalles.