Bueno, que en el cine japonés de los años 80 no haya tantas obras maestras como otras épocas se debe al definitivo hundimiento de los estudios clásicos, que pasaron a producir apenas dos o tres películas al año y los directores que venían dirigiendo películas como rosquillas en la década anterior, se quedaron sin mercado, refugiándose en la televisión y el video. Sin embargo, estos últimos años se está empezando a rescatar esa etapa del video, no siempre con resultados cualitativos destacables, pero siempre interesantes.
Y esto quizás venga de la década anterior, ya que en los años 70 los estudios se lanzaron al todo o nada, en especial la Nikkatsu, que hizo política de tierra quemada dedicándose únicamente al pinku eiga y encima coartando a sus mejores directores (como en los 60 hiciera con Imamura y Suzuki), lo que a finales de los 70 llevó a una bajada cualitativa del ya de por sí bajo nivel general del género pink (con grandes películas, pero dominado mayormente por la explotación). Y eso llevó a un hecho definitivo: si la calidad no importa, ¿qué más da hacerlas para cine que para video? Así que el talento pasó a ser algo secundario en este tipo de producciones y como la Nikkatsu se quedó sin mercado frente al video, el sistema quebró definitivamente.
A esto le sumamos que la Daiei, ahora Kadokawa se dedicaba ya casi únicamente a superproducciones, que daban mucho dinero, pero no generaban trabajo continuo para profesionales. Así, fue el toque de gracia definitivo para una tradición de cine de estudio en Japón, precisamente por la incapaz de sus dirigentes de adecuarse a la nueva generación de cineastas que surgió en los años 60.
¿Qué hubiera pasado si los estudios se hubieran adecuado a los nuevos tiempos? Buf, pues imaginad a todos los directores que han aparecido hasta la actualidad, trabajando en un sistema perfectamente estructurado en cuanto a producción, que les permitía hacer dos, tres, incluso cuatro películas al año, al estilo de Ozu o Naruse... yo no quiero ni pensarlo...