¡Vamos a echarle la culpa al negro!
Buenas noches, comunidad.
¡Qué película tan perturbadora, tan inquietante y desolada! Con algunos tramos muy reconocibles por el uso de la cámara, el encuadre y el plano laaaargo, Oshima hizo esta maravilla con una katana, dos batatas y un paraguas. Tiene esa textura realista, documentalista casi, que te hace ver una ficción como si no lo fuera; esa aldea sin duda existió, esos personajes y ese drama también. Fingolfin y Janusz lo han dicho perfectamente: está tan bien escrita que progresa sin que te des cuenta, hasta que estás inmerso en un estallido de violencia de proporciones pesadillescas.
En algún sitio le leí a Sturgeon, uno de mis autores favoritos, que moral es el conjunto de normas y costumbres destinadas a la supervivencia del hombre, mientras que ética es el conjunto de normas destinadas a la supervivencia de las instituciones. Y no me lo he podido quitar de la cabeza, porque la lectura más espeluznante de la película me ha parecido esa: cómo se desestructura, cómo desaparece la sociedad, el vínculo, cuando se pierde la moral. Y cómo se regenera precisamente sobre lo ominoso: una vez cometida la aberración, las decisiones de lo que en la película llaman "la asamblea" vuelven a ser vinculantes. La descomposición social les lleva al crimen, y reorganizan su sociedad sobre ese mismo crimen, con un sacrificio y la connivencia del grupo como nuevo vínculo.
Muy, muy desasogante. Y muy, muy buena.