Sí, la cuestión es esa: que Kitano ha hecho una película clásica de yakuzas, al más puro estilo Fukasaku. A partir de ahí no es que Outrage sea previsible, es que es tan previsible como todo el cine de yakuzas, que sigue invariablemente el mismo patrón. Y aquí tal como presenta la violencia me recuerda el último Zatoichi de Katsu: los puedes matar a todos, que cuando salgas por la puerta de delante otros estarán entrando por la de detrás. Esa sucesión inexorable de violencia, en la que ya ni tan siquiera hay pasión, sino simplemente un movimiento lógico por el que a una muerte le sucede otra y a esa una más y así sin principio ni fin, es precisamente lo que construye la película, como si Kitano quisiera decir que ya no hay nada más (e igual es la cuarta película de aquella trilogía anterior, en la que nos viene a decir que ya sólo le queda hacer eso, que su cine sólo puede ser una sucesión fría, distante, de una violencia que ya ve incluso lateralmente, que a una película le sucederá otra y a esa otra más, y todo en el fondo será lo mismo, el mismo movimiento...).