El comisario Itami "Navaja" Hanzo
(El brazo más largo de la ley)El comisario Hanzo es otra creación demencial de Koike Kazuo, responsable intelectual del Lobo Solitario y su cachorro y prolífico autor de manga. Se trata de una combinación singular entre Harry el Sucio y John Holmes, que sólo podía producirse en el marco de la producción nipona. Lo primero que debe decirse de esta serie es que se trata de algo sencillamente nunca visto, y es imposible siquiera imaginar las reacciones que pudo haber generado en 1972 (dato atendible para aquellos iluminados que descubrieron la originalidad del cine japonés recién en los ’90).
El protagonista no es uno cualquiera. La presentación del film lo muestra como un fiel servidor de la ley, honesto, incorruptible y dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias ante cualquier irregularidad, aún cuando ésta provenga de lo más alto de la corte imperial. El hombre, investigador de la Policía de Edo (antiguo nombre de la ciudad de Tokyo), es una mole dotada de inigualable fuerza y destreza con las armas, capaz de someter sin problemas a cualquier valiente que se le ponga enfrente, venga solo o acompañado. En el primer episodio Hanzo procura descubrir el origen de una serie de tramoyas y chanchullos, desde el enfrentamiento con Onishi, su jefe inmediato, hasta meter el pescuezo en el propio Castillo Real. Esta descripción es tan grosera como inútil, ya que la trama es por momentos bastante más compleja (más recomendable resulta una segunda visión que dejarse distraer en la inicial) y, sobre todo, porque en este caso es lo de menos.
Las imágenes y el montaje son razón suficiente para que cualquier episodio de la serie encabece la filmografía obligatoria que toda escuela de cine debería imponer a sus alumnos. Toda la estética de la película es tan moderna y alucinante que hace pensar que el cine ha avanzado muy poco en casi tres décadas. Puro placer visual, cada composición es soberbia.
Pero seguimos sin llegar a lo importante, y eso no está bien. Hay en la serie una constante sucesión de situaciones inusitadas para cuya descripción no nos sobran las palabras, y que podrían constituir un puente hacia cierta producción cinematográfica posterior (descripta con precisión por Paula Félix-Didier en el capítulo dedicado al cine japonés dentro de nuestro dossier sobre cine porno). A las imágenes de violencia, cuyo estilo extremo se ha conocido en muchas películas de este origen (y que dejan a cualquier intento del llamado gore a la altura de un inocente álbum de figuritas para pequeños), se suman las desgarradoras sesiones de autotortura a las que se somete Hanzo ("para poder torturar hay saber qué se siente al ser torturado", afirma el samurai con aires de sabiduría) y a su extraña manera de provocarse placer (que no ilustraremos). Pero no cabe duda de que lo más curioso aquí reside en el efectivo sistema del que se vale Hanzo para arrancar la verdad a diversas testigos claves empecinadas en callar lo que saben. Hete aquí que el hombre, además de su fortaleza e inteligencia, cuenta con un atributo que establece las mayores diferencias: un miembro de dimensiones astronómicas. En esto consiste la indagatoria: la muchacha es sometida por Hanzo, que la viola disciplinada e impasiblemente. La horrorosa humillación inicial no tarda en convertirse para la convidada en súbito placer, lo que no sorprende dada la legendaria dote del samurai, objeto de culto y admiración en cada rincón de Edo. Audaz, Hanzo decreta el coitus interruptus en los momentos justos, para penuria de la sospechosa. Así el chantaje: confesiones a cambio de un poco de cariño. "¡No te detengas, no te detengas! ", es la frase más escuchada en estas auténticas obras maestras.
El primer episodio termina de manera un tanto enigmática, con una secuencia desvinculada del resto de la trama: una niña que vive en miseria más absoluta es sorprendida por Hanzo mientras trata de terminar con los horrorosos sufrimientos de su padre, devorado por una enfermedad espantosa y desprovisto de toda atención médica. Hanzo se apiada de la chica y se ocupa personalmente de concretar la eutanasia.
En los dos episodios siguientes la relación de Hanzo con el poder empeora mientras que aumenta su interés por los económicamente desprotegidos. También aumenta la sordidez y la incorrección política. En el segundo capítulo Hanzo empieza desmatelando una clínica clandestina de abortos, descubre una red de prostitución de alto nivel tras la fachada de un convento y finalmente expone un complot político para devaluar la moneda y aumentar así la inflación en perjuicio del pueblo. Las dos primeras etapas de su investigación son especialmente bizarras, no sólo porque justifican de sobra la aplicación discrecional de las particulares dotes deductivas del "brazo más largo de la ley", sino también porque permiten al realizador poner en escena primero una imaginativa ceremonia bailable previa a un aborto, y luego una secuencia de sexo sádico en el convento. Hanzo arregla cuentas con el cliente golpeador y luego interroga debidamente a la hermana superiora, que abandona con alegría sus votos a Buda cuando descubre la cachiporra del comisario. Después, Hanzo saca de su frigidez a la madura pero bella administradora de la Casa de la Moneda para luego rescatarla de la presión de un poderoso coimero real. Pero mientras sucede todo esto, lo verdaderamente sorprendente es que el contexto social, lejos de descuidarse, se subraya una y otra vez: la causa de los abortos no es una conducta alegre y descuidada sino la más absoluta de las miserias. El pueblo sufre y muere mientras la clase dominante fortifica sus murallas y se harta de placeres prohibidos.
La tercera película mantiene las líneas trazadas por las dos previas aunque es un poquito menos política y más policial. El periódico entrenamiento del comisario, que es motivo de una larga secuencia descriptiva en la primera parte, es ahora dado por sabido y citado de manera lateral, como si fuera lo más normal del mundo. Esta vez Hanzo comienza sometiendo a una falsa fantasma y termina resolviendo el robo de varias piezas de oro, sustraídas del tesoro real por un poderosísimo aristócrata. Esa trama está combinada con la historia de un inventor tuberculoso que consume sus últimos días diseñando un personal modelo de cañón que será de utilidad al Imperio, aunque sólo Hanzo parece comprenderlo.
La serie de Itami "Navaja" Hanzo, aunque breve, señala la culminación creativa de un género que desde entonces nunca volvió a ser el mismo.
Ezequiel Luka y FMP