Epílogo provisorio
Wong Kar-wai, cerca de cumplir 44 años, está, hoy en día, en alguna etapa de la construcción de 2046, título que señala a un año y que ya anunciaba un número sobre la puerta del nuevo cuarto del Sr. Chow. Será su primer largometraje desarrollado en el futuro, esa es la fecha señalada para volver a debatir el futuro de Hong Kong, y, recién el octavo de su producción. Cabe conjeturar, por lo tanto, que su obra puede tener infinitos desvíos. Sin embargo, más allá de los tiempos en que puedan transcurrir sus próximos films, me parece que, como lo hizo hasta ahora, seguirá discurriendo, con imágenes y sonidos, acerca de un par de temas que lo obsesionan y sobre los que ha hecho girar todo su trabajo: la soledad como componente esencial de los seres humanos, los juegos del azar, el amor más como sentimiento de su imposibilidad que como concreción a través de una relación estable, el transcurrir del tiempo y las múltiples maneras en que afecta a los hombres...
A diferencia, por ejemplo, de Michelangelo Antonioni, otro preocupado por la representación del tiempo, que, a lo largo de una trayectoria ya aparentemente cerrada, fue adaptando sus inquietudes y sus preguntas de acuerdo con los desarrollos sociales, Wong Kar-wai, en once años y habiendo constituido su propia productora, Jet Tone, que ya intervino en Ashes of Time, no ha dejado de insistir, desde distintos puntos de abordaje, sobre lo mismo en un camino progresivo de despojamiento que, a medida que avanza, abre muchas más preguntas que las que contesta para llegar, hasta ahora, a su película más misteriosa. Esa abundancia de misterio, esta renuencia a afirmar certezas, y continuar abriendo interrogantes, es, por supuesto, una señal de respeto hacia el espectador. Los años, y los films, dirán si sigue en ese lugar de resistencia, el mismo que hace que siga permaneciendo en Hong Kong y haciendo las versiones originales de sus películas en mandarín o cantonés, a diferencia de tantos cineastas compatriotas suyos. Ojalá así sea.