¡Hola, comunidad!
¡Qué magnífica película!
Tiene Kei Kumai una sensibilidad especial para retratar las derivas sociales. Al menos, ya se lo había visto en
The Sea and the Poison (una maravilla que, si no lo hace antes, caerá en la próxima yakuzada). Reconoce y expresa muy bien la conciencia colectiva. Aquí lo hace contando la historia de una
karayuki-san, una de esas niñas que fueron vendidas a salto de los siglos XIX y XX para ser prostituidas en el extranjero. Ese confinamiento insular, esa atávica necesidad de expansión de Japón, motor de gran parte de su historia, dio con la costumbre de vender hijas de familias pobres para que sirvieran a los japoneses en el extranjero. Pobres sus familias y pobres ellas.
Curiosamente, al año siguiente, 1975, Shohei Imamura estrenaría su documental
Karayuki-san, the Making of a Prostitute, pero la película de Kumai, sin serlo, ya se había adelantado a esa mirada documentalista sobre una práctica conniventemente aceptada por la sociedad. A partir de los años 20, ayudada por cierta significación internacional de Japón, dejó de ser moralmente aceptable y empezó a desmantelarse esa ominosa red de niñas prostituidas (me estoy poniendo florido, lo veo
). Ahí es donde la habilidad de Kumai brilla: el cambio en la conciencia colectiva demonizó a las víctimas, que a su vuelta a Japón fueron repudiadas por una sociedad que las miraba y reconocía en ellas su propia vergüenza. Mejor no verlas. Fueron vendidas de niñas con el implícito reconocimiento de cuál iba a ser su destino, aunque a veces se camuflara con eufemismos, y a su vuelta como adultas sólo la culpa fue a recibirlas al puerto. Maravillosamente narrado, la dirección y la historia original de Tomoko Yamazaki alcanzan verdadera altura.
Y luego están ellas: Kinuyo Tanaka y Komaki Kurihara. Impresionantes. A los 65 años, Kinuyo Tanaka hace una actuación memorable, llena de control, comedimiento y pausa. Le luce absolutamente todo, incluso esos 65 años. ¡Me hubiera puesto a lavarle los pies mientras me contaba su historia!
Lógicamente, tamaña interpretación le valió los premios a la mejor actriz en el Kinema Junpo Awards y el Mainichi Film Concours y el Oso de Plata del Festival de Berlín del año siguiente... o algo muy parecido. Cuando uno encuentra a una mujer inteligente interpretando a una mujer inteligente, el mundo se convierte en un sitio mejor. Y Komaki Kurihara está increíble en el papel de reportera a medio camino entre su interés por conseguir la entrevista y su empatía por la protagonista. Otro juego de mala conciencia, resuelto por la inteligencia emocional de la anciana
karayuki-san, que el director muestra con una elegancia magnífica.
Vi esta película durante un apagón en las telecomunicaciones que me recluyó conmigo mismo este verano, y me he obligado a comentarla semanas después porque alguien tiene que avisar: ¡es una joya!