Bueno, vamos allá. De esta me acuerdo un poco más, por eso de ser la famosa obra de Chikamatsu y por lo rara que es la película, difícil de olvidar. La película viene en una época en la que Shinoda está muy interesado en tratar el tema de la representación de una manera muy evidente. La idea, creo, es sobrepasar, de manera subversiva los tópicos alrededor de los códigos de conducta japoneses. Mostrar la estupidez de los rituales. Lo hace aquí y lo hace en la siguiente Buraikan, aunque en cierta forma podemos decir que Shinoda siempre trató contra eso, contra esa visión milenaria y tradicional que se tiene de la vida japonesa y que Yasujiro Ozu dejó perfectamente claro en el cine, de ahí que se le considere el clásico por excelencia. Pero la generación siguiente, los Oshima, Shinoda, Imamura, Suzuki o Yoshida luchaban contra eso, querían abrirse paso, mostrar que había otro Japón, otra manera de rodar las cosas. Esa época de 1969-1970 es muy importante, porque es como si todos estos directores se diesen cuenta del fracaso de sus ambiciones. Suzuki estaba apartado del cine contra su voluntad. Yoshida hizo Eros+Massacre y Purgatorio heroico, que son dos películas donde trata de manera radical el fracaso de los revolucionarios frente al Japón silencioso, el Japón inquebrantable. Y Oshima filma en Murió después de la guerra una imagen que parece terrible: un típico plano-Ozu de una calle desierta, que simboliza la muerte del protagonista. La muerte inevitable, debido también a su fracaso para hacer la revolución.
Y estas dos películas de Shinoda van un poco en esa línea. Hay que decir que todos estos directores habían abandonado el sistema de estudios, y que la Art Theatre Guild cada vez tenía más dificultad para sacar adelante sus proyectos. Así que el aire trágico de sus películas parece inevitable (luego llegarían la cesión de Okinawa, el drama del ejército rojo y el fin de cualquier utopía revolucionaria en Japón). Esta adaptación de Chikamatsu se centra de manera casi única en la imposibilidad de los protagonistas a elegir su propio destino. Lo hace tanto con el texto del autor clásico japonés como con la utilización de los kurogo. La abstracción del espacio nos lleva a pensar irremediablemente en la metáfora, la finalidad de la película, más que en el drama. Estamos lejos de Mizoguchi.
Soltado el rollo patatero y aclarando que me interesa mucho el concepto de la película, además de lo que Shinoda quiere conseguir (y, quizás, consigue), debo decir que la película no me gusta mucho. Para que me guste lo que propone necesitaría un estilo igual de abstracto que las formas que presenta, algo más experimental. Tal cual como lo plantea, se queda un poco a dos aguas. Además creo que en esta como sobre todo en Buraikan, las actuaciones son demasiado exageradas. Un poco al estilo de Imamura, donde se recalcaba de manera muy fuerte lo grosero y lo desagradable. Bueno, aquí quizás no sea tan exagerado, pero a mi me gustan más las películas más contenidas, como el propio Yoshida hizo antes (Lo bello y lo triste) y después (El bosque petrificado).
Pero bueno, imagino que son manías. Yo invito a todo el mundo a verla. Si puede ser tras haberse visto unas cuantas de Yoshida antes, mejor aún.