El final descoloca un poco por la sequedad pero, a pesar de ello, la historia me ha gustado mucho. Como siempre, los niños son los que llevan todo el peso de la historia (la escena de Sampei llevando a cuestas a Kin-chan es preciosa y difícil de olvidar); los adultos resultan más desdibujados, cuando no abiertamente maniqueos, buenos y malos con poco desarrollo, pero como es una película de niños, lo he pasado por alto y me he centrado en disfrutar de los caminos de estos pequeños (curioso que no haya ni una sola niña en toda la película).
Para mí, otro imprescindible de Shimizu.