Protagonizada por su mujer, Mariko Okada (realmente espectacular... en belleza y en su interpretación), Yoshida nos ofrece un clásico, sin más, una película que lo tiene todo para serlo y lo es. Interpretaciones de lujo, una banda sonora realmente espectacular (cuya presencia es continuada e intensa, ocupando un primer plano), una fotografía bella y precisa, un guión medido, del que deberían aprender muchos, en el que se cuentan 17 años de vida de dos personas sin caer en excesos, con un desarrollo quirúrjico y una dirección de Yoshida que es simplemente bárbara... Nada le sobra, nada la falta, la cámara siempre está en el punto exacto (que nunca es el más obvio), se mueve con la misma sutileza con que nos cuenta la historia de una relación extraña, por la que ella le salva la vida a él, de alguna manera, y luego todo adquiere un devenir extraño por la indolencia (reconocida) de él (y todo esto me resulta extrañamente familiar). Amores posibles - imposibles, en definitiva, que empiezan con el trasfondo del final de la segunda guerra mundial y la posguerra, con amplios planos, amplios espacios, y que cada vez ese espacio se va reduciendo más y más hasta acabar en el único sitio que podían acabar: en el espacio que ocupan dos cuerpos.