Siempre he pensado que por honestidad (que no por honradez - dos términos cada vez más extraños entre sí) la publicidad como medio acabará emergiendo como el gran caballo de Troya en el mundo del Arte, terminando de una vez por todas con estas batallas dialécticas acerca de motivos y pretensiones, y acabando por limitar a este mundillo a vestir objetos para conferirles un referencia artística (porque al fin y al cabo, todo esto se resume en símbolos y significado, un juego en el que la memoria juega un papel relevante).
WKW como director entiende su cine como un papel en el que proyectar sus temores en forma de símbolos humanos y otros objetos. Digo temores, porque quizás el atributo más evidente en la persona de Karwai es su necesidad emocional de sentirse querido, búsqueda que traslada siempre a todos y cada uno de sus personajes (¿Cómo me recordarán?). A mí personalmente, alguien así me provoca cierto rechazo, pero reconozco que esta es una valoración puramente personal.
Ahora bien, en estos mundos por él creados en los que no existe el plano sutil, donde todo parece sobrediseñado y expuesto de una forma semejante al mundo del
advertising, ¿qué nos intenta vender WKW y, más importante aún, de qué modo?
Todas estas preguntas se responden en este film que acaba pareciendo (en sus dos primeros tercios) en un ensayo sobre su
modus operandi y, en una lectura posterior, en cómo armar tu obra de modo que tus defectos parezcan virtudes, o al menos, un modo de conseguir llegar a una meta común. El traslado a tierras americanas, le confiere aún más plasticidad a su exposición, con el constante juego de reflejos y luces de neón. De este modo, la mayoría de planos del barman son a través de su escaparate, lugar desde el que podremos apreciar cómo se desarrollan diálogos imposibles, cuentos de doncellas y actos heroicos. WKW construye en aquél antro reducido un templo de símbolos a los que dota de referencias exteriores (al habitaculo de neón) mediante el uso de la palabra. Una vez explicados, los deja actuar, y así también con sus actores, lo cual es típico de su cine (quizás los primeros quince minutos sean la muestra más personal de la estética KW hasta el momento). A partir de ahí, se dedica a fabular sobre dichos objetos, de modo que Arnie se convierte en un símbolo que no logra desacerse de lo que antes le definía, de su pasado reincidente, hasta que descubre la forma más sencilla de conseguirlo, devolviendo su misma naturaleza, símbolos: dinero, facturas, la vida... Su ex-mujer es alguien que no ha logrado ser sí misma jamás (referenciarse como objeto) invadida quizás por Arnie, si bien su pérdida no le resultará más liberadora. Para colmo, Portman como personaje juega con la ambivalencia de verse dentro y fuera de la competición material/ista, dudando de la honestidad del prójimo (como quien duda de si le están intentando vender algo). El carácter intrusivo de KW y su estética barroca nos hace preguntarnos a cada instante esta misma pregunta ¿estoy siendo engañado?. Y es gracioso que él mismo haya hecho una película sobre su técnica visual y narrativa, precisamente sobre lo que muchos consideramos un defecto después de 2046 (un movimiento similar al que ha perpretado Joe Wright en Atonement-Expiación, en donde justifica a golpes de timón mediante el uso del guión los planos preciosistas y maniqueos de su corta filmografía).
La sensación que queda sin embargo, al ver esta pelicula, es similar a la que provoca Atonement, extrañamiento y distancia, no porque esté diseñada con frialdad o demasiada rapidez, sino porque en las ansias de hacer una película redonda o, al menos, honesta con su forma de filmar, ha desvelado el secreto de su debilidad:
WKW - Le estoy intentando vender este coche. Contemple como brilla bajo las luces, como se viste de negro de noche proyectando las estrellas sobre su lomo.Paguelo a plazos o al contado. Pero estoy seguro que le gusta. Porque está hecho para que le agrade. En esto consiste la publicidad. A esto me dedico...