Mizoguchi, junto a su inseparable guionista Yoshikata Yoda y escoltado por otro de sus habituales, el compositor Fumio Hayasaka - el otro gran compositor japonés clásico, maestro e influencia temprana de Toru Takemitsu - consigue en Madame Yuki una obra extraña y desvaída, un cruce entre melodrama y kaidan eiga tan exquisitamente filmada que incluso un breve trayecto en autobús sin incidencia posterior en la trama (el que muestra a Hamako acudiendo al encuentro de Masaya, puntuado por un bellísimo fraseo de Hayasaka y finalizado por un elegante movimiento de grúa, esa grúa tan mizoguchiana) se convierte en una exquisitez cinematográfica.
Y Retrato De Madame Yuki es un kaidan eiga en tanto en cuanto la propia Yuki es un fantasma, un fantasma vivo incapaz de sobreponerse a la dominación sexual de su marido, incapaz de realizar su voluntad de abandonarlo y marcharse con Masaya, incapaz de sobreponerse a la inexorable tiranía de su propia languidez, mujer etérea, flotante e infinitamente triste para quien lo físico es abyección y condena, mujer de agua, de agua mansa a la que represa cualquier obstáculo.
Mizoguchi sobrevuela la trama multiplicando y difuminando los puntos de vista, usando la elipsis con su elegancia habitual, interponiendo objetos entre la cámara y la escena, incorporando insertos premonitorios, velando planos tras cortinajes y paredes de papel, en un ejercicio de distancia a veces ominosa (la escena de la primera posesión de Yuki por su marido, con esos estores que caen y que sumen la escena en una oscuridad sin sombras, más profunda que la de la noche que viene a continuación), a veces onírica (la escena de Hamako en los baños rememorando la Yuki con la que soñaba de niña, con esa cámara que se desliza lentamente por las baldosas anegadas en agua y que se completa con un movimiento semicircular que termina en los aposentos de la propia Yuki), a veces compasiva (esa grúa final en el último acto de la tragedia de Yuki, en el lago, cuando podemos observarla desde lejos, enmarcada en una naturaleza majestuosa, como si Mizoguchi, misericordiosamente, quisiera arroparla en su desamparo y su soledad).
En fin, por si no ha quedado claro
no puedo más que recomendar esta película, cine intemporal, puro, elegante, inteligente, sensible, sin duda una de las obras mayores de un cineasta de por sí exquisito.