He descubierto siempre a Naomi Kawase a contracorriente, y pese a todo, he traducido caso todo lo suyo que hay disponible (todo, menos Shara) y también las he puesto a compartir. Las circunstancias (la mayoría de sus películas tienen subtítulos sólo en francés), las personas (Ophuls) me llevan a ella una y otra vez, sin yo buscarla realmente... Desde Suzaku hasta Tarachime... Estos encuentros con Kawase me han dejado una relación íntima a la vez que extraña con su obra, y bueno, quizás el producto lógico de todo esto es esta retrospectiva, breve pero necesaria, breve pero intensa.
Hablar de Naomi Kawase es hablar de la directora japonesa más importante de su tiempo (¿hay otra?) y a la vez de una de las documentalistas y cineastas más notables, con una carrera curiosa pero imprescindible, tan difícil de encontrar que cada obra cobra el aspecto de un pequeño tesoro a conservar, a cuidar, a mimar.
El cine de Kawase se construye alrededor de lo invisible y lo visible, lo que está y lo que ya no estará, lo nuevo y lo viejo, lo que se fue y lo que permanece. La cámara, a menudo documental, a menudo ella misma, nos muestra unos seres mientras busca otros (el padre perdido, la madre que no la pudo cuidar, los abuelos, la abuela, que la adoptaron, su hijo) mientras las imágenes vagan, flotan o se dejan caer... buscan el sonido de una campanilla o un parto, el aire que mueve una cortina o la muerte... Cine de lo visible (las personas, las cosas, los objetos), cine de lo invisible (las sensaciones, los recuerdos, el pasado), el cine de Kawase es después de todo un cine de fantasmas, espectral, a la vez que un cine que se interroga sobre la materia misma sobre la que se construye: el tiempo y las imágenes. Una propuesta que se odiará o amará por igual, porque no hay un lugar intermedio, porque no nos busca (se busca), y eso produce un cine personal, objetos únicos y preciosos, que al interrogarse nos interroga...
Pero esto es una retrospectiva... y el objeto de una retrospectiva no es seguramente hablar sobre un cineasta, sino invitar a su descubrimiento, a que cada cual se forme una opinión, buena o mala, basada en el conocimiento de una obra singular y que seguramente junto con los franceses (y los japoneses, es evidente), tan sólo nosotros estamos en condiciones de podernos acercar de una manera amplia y decente, dadas las circunstancias. No desaprovechar esta oportunidad...