¡Hola, pandilla!
Le había prometido solemnemente a subeteorimono (al que agradezco desde ya estos cuidados y magníficos subtítulos) comentar este peliculón el pasado fin de semana. Pobre de mí: no me di cuenta de que este domingo tenemos el XII Aniversario de Asia-Team y me ha estado saliendo el trabajo por las orejas. Tenemos muchas sorpresas preparadas; hagan ustedes acto de presencia.
Pero ya estoy aquí, con un poquito de tiempo y una advertencia: inevitablemente,
al final de este mensaje habrá algún sopiler. Siempre he pensado que es mejor caer en el
spoiler y comentar la película que zanjarlo todo con un "me ha gustado (o no)", pero lo aviso.
Hay casos que vienen a constatar eso de que los extremos se tocan. El intento de golpe de Estado de Mishima
(seppuku pa' ti) se articulaba en base a un discurso que, como en su momento reconoció Wakamatsu (o Adachi, ya no recuerdo bien), venía a coincidir en muchos puntos con el discurso del Partido Comunista japonés de la época (fundado en el glorioso año de 1922). Y en esto de la
Tribu del Sol también hubo extremos de izquierda y de derecha buscándose alegres: no hay nada como tener un enemigo común.
Pero aquí estamos ante las bases fundacionales del movimiento
taiyozoku, porque esta maravillosa película de Ichikawa adapta la que creo que fue tercera novela de Shintaro Ishihara, autor de las seminales
Season of the Sun y
Crazed Fruit, llevadas al cine, sé que lo sabéis, por Takumi Furukawa y Ko Nakahira, respectivamente. (El link de "taiyozoku" os lleva a un interesante estudio de Shamon Deborah sobre el tema, en pdf.)
Shintaro Ishihara es todo un personaje al que no sé si le habéis seguido la pista. Ultranacionalista, (acusado de) sexista, (descaradamente) racista y con un don para reescribir la historia a su antojo, tal vez su logro político más destacado haya sido ser Gobernador de Tokio desde 1999 hasta 2012. Ya en 1968 (el año siguiente a que Mishima fundara su Tetnokai), se presentó como candidato del Partido Democrático liberal (sí: no hay mejor abono que los nombres de los partidos políticos para que crezcan los eufemismos). Uno pensaría que su extremismo despertaba recelos hasta entre sus correligionarios, porque a pesar de irrumpir en la política con la fuerza que le dieron unos inusitados tres millones de votos, nunca logró la presidencia del partido. Se retiró inesperadamente de la política tras el ataque terrorista con gas sarín, y reapareció como independiente para, entonces sí, llegar a Gobernador de Tokio. Y no ha sido sino hasta hace tres meses que ha dejado la política, perdiendo su asiento en la Asamblea Legislativa de Japón. Y como no hay nada mejor que
marcharse con estilo, aprovechó para declarar que todavía hoy su mayor deseo sería entrar en guerra con China y ganar, claro. (Como curiosidad: nunca dejó de describir, tanto novelas como memorias políticas y me atrevería a decir que hasta libelos, pero entre sus obras llevadas al cine destaca también el
Kaseki no mori que adaptó Shinoda.)
Entrando más de lleno en la película, es verdad que tal vez sea la versión más extrema de la
taiyozoku, más allá del nihilismo. Como comentáis, su estreno llevó a las calles a asociaciones de padres escandalizados que no veían que nada bueno pudiera salir de ahí para sus hijos. Y aún hoy resulta sorprendente que la Daiei no metiera mano en la sala de montaje. Tal vez la competencia con Nikkatsu, que había producido
Season of the Sun y
Crazed Fruit, tuviera algo que ver. Y llegamos a mi momento favorito: tíos, vamos a matar al padre. Porque de eso se trata, en una acepción estrictamente freudiana, que la hay, y en una más amplia: el padre como sociedad, como institución, como regla. Nuestro héroe (a nadie le calza mejor ese adjetivo que al protagonista) arremete contra todo y contra todos. Es un "no" andante, una negación permanente, también de sí mismo. No olvidemos que esto está escrito al año siguiente de que comenzara la Guerra de Vietnam, que EEUU estaba utilizando (esa es la palabra) a Japón, que había cierto sentimiento panasiático que se manifestaba en las calles contra el hecho de que los aviones yanquis que bombardeaban Vietnam estuvieran saliendo de las bases de Okinawa, Yokuska, etc. Barricadas en las universidades y chavales detenidos a miles. La gota que colmaba el vaso de la sumisión. Y ese es el motor de nuestro héroe: su cruzada personal contra la sumisión de Japón, encarnada en su padre, su madre, sus compañeros y hasta en la pobre chica (pobre pero procaz) que se enamora de él tras... bueno este
spoiler sí os lo ahorro. Por cierto, en la novela original parece que las chicas son aún más procaces...
Así, nuestro pequeño adalid del caos se carga cuanta institución encuentra a su paso, empezando por la familia y siguiendo por la educación. Se pasa el materialismo histórico y a Max Weber por el mismo forro por el que se pasa el
zeitgeist de su época. Inenarrable, maravillosa la escena en la que se encuentra por la calle con su profesor y le cruza la cara sin mediar palabra (su profesor: otro sumiso, desentendido, que ni siquiera reacciona). No hay camaradería: se mea también en sus amigos. Y en este
crescendo del
no future más salvaje que uno imaginarse pueda, llegamos a un cierre fabuloso, a la única culminación que cabría esperar: nuestro agente encargado de revelar la verdad encuentra por primera vez una realización cierta, personal, cuando está pagando por todo. Atado a una silla, con los ojos cegados por la ginebra que le han tirado, apaleado y (mal) apuñalado, sonríe y se mofa: tíos, no tenéis lo que hay que tener para hacerlo bien, pero sí, de esto se trata. Lo habéis entendido.
Una pasada. La descripción de esa suerte de correlación de actitudes es magnífica: el padre es sumiso ante el Estado (el banco en el que trabaja), pero déspota con la madre. Sus amigos son sumisos con el sistema educativo, pero déspotas con las chicas. Y la madre... ¡ay! Como diría John Lennon: las mujeres son las negras del mundo, las negras de los negros. Y en esta película tiznan de negras que son. Pero él no acepta ese orden de cosas. Y eso es lo que seguramente generó desasosiego en la audiencia: él es un tirano con todo el mundo al punto que es un tirano consigo mismo, porque se lo niega todo, se niega el mismo futuro que le niega a los demás.
Todo esto es a la postre un comentario injusto por parcial, porque además de ser un increíble estudio sociológico de aquel Japón, la película cuenta con muchos méritos: técnicos, interpretativos... pero su mensaje es tan potente, se grita tan alto, que todo eso queda en un segundo plano.
Nuestro embajador de la destrucción sólo encuentra un momento de solaz cuando llega el momento de la suya. ¿Que me vais a matar? ¿Veis como tenía razón, pardillos?