JUZO ITAMI
Cineasta
Hablar de Juzo Itami es hablar, ante todo, de una personalidad digna de aparecer en cualquiera de sus películas. Su vida, con el permiso del posiblemente indiscutible rey en estas lides, maese Kitano, se encuentra tan colmada de anécdotas, a cuál más inverosímil, como para llenar una cinta tan surrealista como las que él mismo firmara.
Nacido el 15 de mayo de 1933 en Kyoto como Yoshihiro Ikeuchi, era hijo de Mansaku Itami, director de celebradas películas de samurais y de época anteriores a la Segunda Guerra Mundial en las que dejaba entrever un humor satírico que más tarde acabaría heredando su hijo. Antes de seguir los pasos de su padre en el mundo del cine, Juzo anduvo dedicándose a diversas labores tan alejadas del mundo del celuloide como pudieran ser, entre otras varias, las de ensayista, diseñador comercial, editor de una revista o la más increíble aún de boxeador, llegando más adelante incluso a intervenir como reportero de televisión, bajo la opinión de que su padre había establecido el listón demasiado alto y de que él no sería digno sucesor de su obra.
No fue hasta la muerte de su padre, y después de haber criado ya a dos hijos, cuando realizó su debut como actor en 1960 a los 27 años en la película japonesa Nise Daigakusei (A False Student). A continuación trabajó en más de una veintena de películas tanto en su país de origen como en los Estados Unidos, siendo quizá su intervención más internacionalmente conocida la de Coronel Shiba en 55 Días en Pekín.
Su relativamente tardío debut en el mundo del cine propició tal vez su tardía incursión como director de películas. No fue hasta 1985, a los 52 años de edad, cuando se estrenó su primera película: El Funeral (Ososhiki), una disección de las relaciones familiares en el marco del funeral del patriarca del clan. Según palabras del propio Itami, su intención al realizar una película es contar algo que de algún modo le haya sorprendido. De este modo, una charla de un chef le sirvió como base para su segunda película, Tampopo (1985), así como se sirvió de sus propias experiencias vividas en el funeral de su suegro para realizar la ya mencionada El Funeral.
Existen dos aspectos fundamentales, característicos e intrínsisecos, común a toda la filmografía como director de Itami. En primer lugar, su manera de diseccionar la sociedad actual japonesa y, en cierto modo, de desmitificarla, lo que le permite abordar toda suerte de temas serios de una manera a ratos ligera, siempre cercana al espectador, y sobre todo desgarradoramente crítica y provista de un cinismo brutal y de una impresionante mala uva. Sus mayores logros suponen el poner de manifiesto que detrás de cualquier situación no todo es tan idealista como a veces se nos deja ver, haciendo caer a los instigadores en el más patético de los ridículos. En segundo lugar, tan importante como la ironía que rezuman todos sus guiones, está el hecho de que estos se estructuran en torno a una mujer, que es la que toma el peso de la historia y a través de cuyos ojos es como se nos presentan las verdades, mentiras e hipocresías que conforman la sociedad que Itami estudia con precisión de cirujano. Más curioso aún es que esta mujer, pilar de todas las historias, es siempre interpretada por la misma actriz, Nobuko Miyamoto, esposa en la vida real de Juzo Itami.
Enlanzando con este tema, un detalle curioso es que el reparto de las películas suele compartirse, de modo que es fácil encontrar a varios actores de una película en cualquier otra, formando algo así como una comuna de actores que determina otro de los rasgos típicos de la filmografía de este particular director.
Podríamos resumir pues que el éxito de estas feroces críticas que no dejan títere con cabeza reside en la habilidad de Itami de no centrarse únicamente en la vertiente denunciativa, sino que a ésta, cual la incansable Tampopo en la película homónima, la adereza con algo de aventura, una pizca de amor, un puñado de ironía y toneladas de humor, sin olvidar generosas porciones de erotismo...
Sin embargo, esta mirada crítica que Itami no cesó de lanzar a su alrededor a lo largo de toda su carrera le ocasionó no pocos inconvenientes. Con diferencia, el más grave de ellos se produjo en mayo de 1992, cuando tres miembros de los yakuza, agraviados por la manera en que Itami había ridiculizado a su gremio en la película Minbo no Onna (1991), le atacaron armados con navajas en las cercanías de su propia casa, ocasionándole heridas que le obligaron a permanecer hospitalizado durante más de una semana. Una vez más llevó a cabo sus propios principios y tomó esta experiencia como base de su última película, Marutai no Onna.
Como cabía esperar, un personaje de esta índole no podía tener un final anodino que pasase sin llamar la atención. El 20 de diciembre de 1997, el director de cine de 64 años de edad, Juzo Itami, se suicidó lanzándose al vacío desde el octavo piso del edificio de la capital japonesa en el que tenía ubicado su despacho. Según indicó en la nota de suicidio que escribió antes de poner fin a su vida, hizo esto porque opinaba que era la única forma de probar su inocencia en un escándalo aireado por una revista japonesa que le acusaba de mantener una aventura amorosa con una joven de 26 años.