Las comparaciones son odiosas, pero habiendo visto la versión de Inoue de 1962 un día antes, me quedo con la de 1962, mucho más pop, divertida y psicodélica, se mire por donde se mire. Cierto es que ésta la vi en una copia cochambrosa (el «ripeo chusco» que decía Rarito, supongo). Por cierto que, hecha excepción de los números musicales, ésta sigue muy de cerca –MUY de cerca– el guión de la otra, diálogos incluidos, lo cual podría deberse a que ambas sigan MUY de cerca la novela de Rampogawa
(cosa que ijnoro, porque no la he leído). Ésta tiene una ambientación mucho más siniestra (por cierto que los fondos negros combinados con la mala calidad del ripeo hacían irreconocibles ciertos objetos que había que adivinar en la oscuridad...).
Si no hubiera visto la otra, ésta me habría gustado más de lo que me gustó, o sea que también está muy bien, pero lo mejor es enemigo de lo bueno. ¡Eh, pero que ésta también me gustó!
La señora dragqueen aquí lo hace muy bien, de hecho si no hubiera leído al respecto igual me habría creído que era una señora de verdad, pero bueno, por bien que lo haga, quítate, con Machiko Kyo no muchas pueden rivalizar y menos si se pega unos bailes y unos cantes. La presencia de Yukio Mishima es anecdótica; peor aún, es un poco catastrófica, porque este hombre no sabía hacer el muerto sin parpadear
y por eso la siguiente vez, para hacer el muerto y convencer en su papel, tuvo primero que matarse de veras (huy qué chiste más macabro acabo de hacer)
En cuanto a Isao Kimura, no lo hace mal, y me alegra verle en 1968 haciendo papeles más relajados que aquellos a los que le había acostumbrado Yoshishige «iron maiden» Yoshida, ese torturador
