Baloncesto y hostias. No en serie, sino todo junto. La combinación parecía atrayente y original. ¿Qué podía salir mal? Pues TODO. Qué desastre de película. Para empezar, no entiendo por qué meterle el tema del baloncesto que no es baloncesto. Podía haber valido con cualquier objeto a recoger y llevar al final de la pista, porque aquí no hay ni encestes, ni es necesario botar el balón, ni nada que se le parezca. Es decir, no es baloncesto y hostias, sino solo hostias en pseudo-canchas de baloncesto. Encima hostias fatalmente dadas y todavía peor rodadas. El director y el cámara se debían de pensar que íbamos a ver la película en un cine de realidad aumentada, porque lo que se ve dentro del encuadre son todo primeros planos cambiados cada medio segundo. No es una película para verla. Es una película para intuirla. El director no quería que viéramos una simple película de hostias, qué dices. Es cine de autor, todo en fuera de campo. Tras cada escena, podéis pausar la cinta y poner en común en familia lo que cree que ha visto cada cual para resolver el puzle de qué ha ocurrido en esa ocasión. Cine y acertijos, todo por el mismo precio. Un nuevo concepto del cine en el siglo XXI.
El guion podría caber escrito en la cabeza de un alfiler y sobraría espacio. Los actores, bueno, no sabrían ni interpretarse a sí mismos en la vida real. La empatía desarrollada por el espectador hacia los protagonistas es hasta negativa, estás deseando que los ahostien lo antes posible y con saña. Los efectos especiales... madre del amor hermoso, esa "sangre", esas contusiones y esos decorados rompibles no son de este mundo ni del virtual, son llorables a mares.
No, no hay nada que se salve en esta película, salvo una cosa y con suerte: tu tiempo, si decides no hacer el tonto y pasar de verla. Huir