Cada vez me gusta más este director, tan mordaz como realista. Pocos retratos del Japón rural he visto yo tan crudos y desesperanzadores, pero a la vez tan acertados. Y no menos descarnada es la imagen que se ofrece de Tokio, la metrópolis que todo lo absorbe, el sitio donde regresa siempre el fugitivo (como el Madrid de Joaquín Sabina), aunque las expectativas reales de desarrollo personal que ofrece a la juventud no son muy abundantes. Sangrante retrato de las ciudades y pueblos, como de la juventud japonesa, que cuenta con pocas oportunidades para abrirse camino, aunque no por ello queda exenta de responsabilidad en su oscuro porvenir (los personajes de la peli no son precisamente eso que podríamos llamar "unos ejemplos a seguir").
Le pongo un "imprescindible": se lo merece.
Un saludo