Creo que con la excepción del tórrido ambiente familiar (que recuerda los tonos de Tennesse Williams) de ANI IMÔTO (Hermano mayor, hermana menor), rodada cuatro años antes, ARAKURE es un Naruse lleno de descarnadas peleas protagonizadas todas por un asombroso y complejo personaje interpretado con su habitual magisterio por Takamine Hideko, cuya paleta de registros ya es conocida por el habitual de Naruse, pero que aquí alcanza y aglutina logros que podemos ver en muchos de sus personajes anteriores y posteriores. Una especie de combinación del escepticismo y desdén que prodigaba en INAZUMA (Relámpago) o NAGARERU (A la deriva) y el persistente y apaleado itinerario que ofrecería en HOROKI (Crónica de una trotamundos), acompañado de sutiles grados del desequilibrio al que algunos de sus últimos personajes se veían abocados (pensemos en HIKINIGE [Delito de fuga]). Lo cierto es que en ARAKURE acompañan a Takamine tres hombres que a duras penas pueden seguirle el paso: Uehara Ken, Mori Masayuki y Kato Daisuke (nunca el orondo Daisuke estuvo tan cerca de la felicidad física con su habitual compañera de reparto Takamine). Los dos primeros en registros también bastante insólitos. Parapetados tras sus gafas, Naruse nos los presenta casi ahogados en su propia desvitalización. Y eso que uno de los grandes momentos de la película es el beso entre Oshima (Takamine) y Hamaya (Mori) contrapunteado maravillosamente con la ayuda de la nieve. Un instante entre lírico y profético, con esa lúcida visión que engloba las aspiraciones y las realidades de los personajes. Como en la secuencia, también entre Takamine y Mori (¿alguien duda aún que son una de las grandes parejas del cine?), de la sala de cine, capaz ella sola por la
fuerza de su modernidad y profundidad, de instalar en nosotros la amarga sensación de la futilidad de los anhelos sentimentales.
Mario Vitale.