Cada vez que me enfrento a una nueva película de Kawase sé que me espera una inmersión en un plano emocional más que racional, en el que poco valen conceptos como personaje o incluso cine, ya que lo que late en sus fotogramas son pedazos de vidas, fragmentos posibles y sencillos, profundos y emocionantes. Cada una de sus películas me ha emocionado y llenado de sensaciones. Sin embargo, y siento decirlo, esta última película me ha dado más sinsabores que placeres, por primera vez en su filmografía. Hasta cierto punto, me ha sucedido algo similar a lo que me ocurrió con My blueberry nights de Wong Kar Wai, el "proyecto extranjero" se me hace más extraño que comprensible y, pese a la marca de la casa de ambos, la extrañeza se hace demasiado presente y corpórea.
Sí, apreciamos aquí los mismos recursos de antaño, y también ideas frescas y nuevas gracias al cambio de contexto cultural, sin duda es algo que necesitaba y que ha dotado a la película de un alcance intercultural que antes no tenía; sin embargo, eso mismo ha supuesto, en mi opinión, una pérdida de empatía con los personajes. Si tuviera que reducir el impacto que me habían producido sus anteriores filmes a un solo rasgo, sin duda éste sería la profunda empatía emocional que despiertan sus "personas" (hablar de personajes en su cine resulta cuando menos raro), su soledad, sus miedos, su frustración despiertan en nosotros sabores reconocibles; en esta película, sin embargo, esa empatía, en mi caso, se ha perdido drásticamente, casi diría que es la primera vez que siento antipatía por ellos.
Es cierto, como decís, que la película presenta la corporeidad como única vía de comunicación posible, pero sin embargo el componente lingüístico está allí y, cuando aparece, no resulta coherente ni convincente, ya que todo se reduce a un mero y simple balbuceo gesticular y a mi entender insatisfactorio, la comunicación entre ellos podría haber llegado mucho más lejos, especialmente teniendo un niño y sabiendo cómo los niños son capaces de traspasar las barreras lingüísticas de formas casi milagrosas. En este sentido, creo que es una oportunidad perdida, ya que en lugar de explorar estas posibilidades que se planteaban de forma tan obvia en la película, ha optado por centrarse en una especia de silencio (la superposición de lenguas no produce sino incomunicación, esto es, silencio) que no comunica nada, pero que ni siquiera asusta o aisla, pues los cuerpos parecen caminar de forma independiente a las lenguas, creando cierta inestabilidad en la coherencia de los actos que realizan los protagonistas, que alguna vez me han parecido incluso fuera de toda lógica, como el arrebato de violencia del francés hacia la madre.
Es cierto, el paisaje puede ser exuberante, misterioso o cómplice, hermoso, ¿pero cuál es su papel? El bosque del luto convertía al bosque en un verdadero ente animado y vivo, en un personaje más, individual y determinante para el devenir de la pareja, pero aquí la jungla no es más que un conjunto de postales exóticas que no alcanza en ningún momento significado ni trascendencia propia. Si lo que queremos es ver paisajes de Tailandia, cualquier película de Apichatpong Weerasethakul es más cautivadora. Y perdonad que parezca tan brusco, en realidad no me ha parecido una mala película, pero al lado del resto de su filmografía, creo que está bastante por debajo.
En fin, que quizá era un cambio que ella necesitaba para tomar más impulso. Lo veremos en el futuro.