Que gozada ver una película de (con) Sammo Hung. Pura felicidad en estado cinematográfico. Cuando vemos su cine, entendemos claramente el problema del cine hongkonés actual: la falta de alegría. El cine actual es triste, no está la alegría de filmar, la voracidad de filmar. Se lanzaban atravesando cristaleras (si no reventó el especialista que hizo esa parte, ya no sé que hay que hacer), no temían hacer el ridículo, ni explosionar todo lo que se podía explosionar, las coreografías de Yuen Tak (del clan Yuen) son brutales, sin descanso, se corta lo que haya que cortar y se va a dónde se tenga que ir. Lo importante es no dar descanso, noventa y cinco minutos incansables. Tommy Wong es un malo de verdad, sobreactuado como se tiene que sobreactuar. Teresa Mo es de una ligereza encantadora. Y Sammo Hung, bueno, Sammo Hung es un mundo aparte. Que en un cuerpo como el suyo se pueda permitir todo ese dinamismo es uno de los misterios por resolver de la física actual.
En fín, no os la perdías. No es lo mejor de Ringo Lam, pero la hora y media de pura felicidad y cine hongkonés en estado puro no os la quita nadie...