jidaigekipedia.comSeñores de la guerraHeaven and Earth es una de esas películas que de no haber tenido una dirección mediocre habría podido convertirse en un icono del jidai-geki japonés. A priori lo tiene todo a su favor. Se desarrolla en el periodo Sengoku y la protagonizan dos hombres cuyos enfrentamientos fueron los últimos en los que se vería ese estilo ancestral de hacer la guerra. Los medios para llevar todo esto a la gran pantalla son: cientos de extras y caballos, un vestuario estupendo, y espectaculares paisajes de la geografía japonesa.
Para quien no lo sepa, y como breve sinopsis, Shingen Takeda y Kenshin Uesugi eran grandes señores del periodo Senguku, aquella época de la historia de Japón en la que la ausencia de un poder central efectivo provocó que cada daimyo cogiera un mapa, trazara un círculo alrededor de sus tierras, e intentara conquistar las del vecino. A grandes rasgos he coloreado un mapa que muestra aproximádamente el territorio de los dos clanes por los tiempos de Kawanakajima.
Lo primero que me ha disgustado es el empeño que tan a menudo se pone en convertir al protagonista en un santo que llega al poder empujado por las circunstancias. Kenshin era igual que Takeda, y si llegó a ser el líder del clan Uesugi, habiendo nacido tan sólo un vasallo, fue porque obligó a su señor, Norimasa Uesugi, a adoptarle y a nombrarle heredero a cambio de protección en su castillo. De manera que la introducción de la película abarca únicamente la historia de cómo Kenshin se hizo con el control de Nagao en la guerra civil entre hermanos, e ignora deliberadamente el resto.
Heaven and Earth está muy centrada en la táctica y la estrategia. Cuenta con bastante precisión los planes de cada protagonista, da nombre a las formaciones de combate que utilizan, y luego las muestra en pantalla. Sin embargo, no consigue transmitir en ningún momento el más mínimo realismo en el fragor de la batalla. Caballos y soldados están coreografiados como para una danza multitudinaria, en la que se pasa por alto el abecé de la lucha. Basta poner el ejemplo de los lanceros Takeda que varias veces en el metraje se apartan para dejar pasar a la caballería de Kenshin. En otra película esto daría igual, pero si te tomas la molestia de hablar de formaciones y tácticas no puedes permitirte luego estas licencias.
Y siguiendo por este camino tan crítico que he tomado, no puedo evitar preguntarme si la versión no-extendida incluye todas las escenas de Nami. Son el prototipo perfecto de anticlimax. Cada vez que aumenta el ritmo y se precipitan los acontecimientos, el director nos lleva a un campo de cerezos, nos pone una música repetitiva a más no poder, y nos induce a un estado de relajación soporífera que no se rompe hasta llegar la siguiente escena. No me extraña que Kenshin no se casara.
Poco más puedo añadir, salvo que me reafirmo en lo que dije al principio; es una pena que con unos medios tan increíbles y una ambientación histórica ideal, se haya hecho todo tan mal que el resultado sea una película regular tirando a pobre. El único punto a favor que tiene, y motivo suficiente para darle una oportunidad, es la capacidad de hacer disfrutar con sólo mirar esos espectaculares fotogramas de ejércitos vestidos en rojo y en negro. Si algo hay que reconocerle es que imágenes así no se han visto nunca en ningún otro jidai-geki.