Bueno, cinco años después, sigo yo
.
A mi me ha pasado un poco al revés que Maurazos: estaba viendo una fascinante historia policiaca cuando he caído en un tremendo melodrama. Los primeros cien minutos de película (es un poco excesiva en duración) son Nomura en estado puro: trenes, flashbacks, planos lejanos con zooms tremendos, movimiento incesante, calor (qué importantes son las condiciones ambientales en este hombre). Hay algo que nos lleva hasta The chase, algo que nos lleva hasta Zero focus, algo que nos lleva hasta The shadow within. De nuevo se trata de una intriga en la que no hay mucho espacio para nosotros, eternos espectadores a los que solo se nos pide mirar. Las cosas van avanzando, los apuntes se van sumando, los kilómetros también. Nomura va sumando piecitas con una habilidad y una cadencia estupendas.
Pero entonces aparece el niño, y bueno, adiós película. No, no acaba. Quedan cincuenta minutos. Simplificando: empieza otra. Acertadamente (es prácticamente lo único que dice acertadamente el pobre) Luis Miranda en su libreto para la edición de Nostro habla de cine mudo. Es así. La música entre en una cadencia totalmente melodramática y no deja de sonar (ya entenderéis el motivo), punteando (mejor: conduciendo) las imágenes, bajo la única voz (casi) del policía, Tetsuro Tamba. El azucar sube a niveles alarmantes. Se nos sale por los ojos. En fin, como todo es cuestión de gustos... A mi el melodrama lacrimógeno...
Eso no evita que sea una película inmensa. Desmesurada por instantes, como digo. Pero para mi, esos primeros cien minutos, son algo a no olvidar dentro del policiaco japonés. ¡Qué bien se maneja en esos tiempos Nomura! Pues nada, queda dicho
.