Noboru Iguchi, Yoshihiro Nishimura y Yudai Yamaguchi son la santísima trinidad del cine frikigamberroide japo, Tak Sakaguchi su Juan Apostol y Asami la María Magdalena. Partiendo de estos únicos cinco nombres se podría plantar la base de un sistema teológico completo acerca de ese cine gloriosamente infame, amante del diálogo absurdo, del efectismo visual y en donde es anatema el sujetarse a cualquier clase de regla. Un cine en donde aunque la mediocridad sea considerada un plus, siempre hicieron falta guías espirituales y profetas que marcaran el camino simplemente con su empeño de querer hacer cine dentro del absoluto caos. Su luz siempre iluminará el camino para que hombres menos santos que ellos desarrollen con más o menos fortuna su fe.
Entre esos tres grandes padres fundacionales Yamaguchi siempre ha sido el más clásico (su
Tamami sin ir más lejos es básicamente cine de terror de serie B del de toda la vida), el que siempre ha dado la impresión que iba para director "normal" y que un nefasto día de iluminación decidió dedicar su no poco talento a propagar la buena nueva friki. Su cine siempre ha sido el menos gore de los tres mencionados, pero también el más macarra, el más cuidadoso (con diferencia) en cuanto a diálogos y el de fines visuales menos anárquicos.
Ahora es el momento se soltar la puya. La película, esta película, no otra, o sea, esta, me ha parecido antológica, pluscuamperfecta, enervante, eréctil, deslumbrante, intoxicante, calamitosa y un poco narcoansiolítica. Ni un pero, ni uno solo, aunque puedo comprender la existencia de herejes poco desarrollados espiritualmente en los sagrados conceptos teológicos del Absurdo y el Surrealismo (alabados sean) que en sus santos cabales no se den cuenta de la cercanía de la palabra sagrada. Para mí cada segundo ha sido una teofanía, como la voz de Dios, el verdadero, el de 7 brazos, 2 cabezas y 4 pollas, hablándome a mí y solo a mí como si fuese su elegido. Oh, sí, lo vi en toda su gloria y esplendor y ya nunca olvidaré su luz. Alabado sea.
La película en sus primeros momentos me hicieron presumir en algo del estilo del
Be a Man! de Tak Sakaguchi, una parodia exagerada de esas pelis de peleas de instituto pero no, esto es más bien una parodia de las parodias de las pelis de peleas de instituto pero no, esto es más bien una parodia de las parodias de las parodias de las pelis de peleas de instituto pero no, esto es más bien una parodia de las parodias de las parodias de las parodias de...
Solo dos o tres apuntes concretos y para terminar. Una de los motivos que hacen a Yamaguchi distinto a los otros grandes profetas de la sagrada palabra es como cuida todo lo que aparece y ocurre en escena. Si se da el caso de que nos debe presentar a diez personajes en plano de cámara, cada una de las diez estará haciendo "algo", un recurso que recuerda al gran maestro de maestros de todos los maestros de la santa profecía surrealista que nos salvará a todos en el fin de los tiempos, San Oba.
El personaje de Freedy, interpretado por el veterano Hiroyuki Watanabe ya en sus 50 (quien lo vea no lo creerá) es como el guía, el que soporta en sus hombros y sin diálogo alguno el transfondo del absurdo como sabiduría iluminatoria. Su presencia es la presencia de los sagrado en el alma de todo hombre.
El "tipo de la máscara" (Itsuji Itao) es el hombre al encuentro de la verdad, ese momento de iluminación que todos buscan y pocos encuentran durante el largo periplo de su vida. Que protagonice los dos finales ocultos de los títulos de crédito no es casualidad. Es el hombre frente al "misterio" de la sagrada presencia.
Amén.