Esta película, propiamente un telefilm de la NHK en dos partes, tres horas, es la primera que conozco que se ubique abierta y conscientemente en el periodo histórico de Asuka, entre los siglos V y VI d.C., lo que resulta extraño considerando las credenciales del personaje en el que se centra, tal como las exponen los textos de arriba, y a las que puedo añadir –previa consulta de la enciclopedia virtual más popular– que el príncipe en cuestión es la persona que involuntariamente acuñó el nombre japonés de Japón, es decir, Nihhon (o Nippon). La palabra es una abreviación de esa expresión que todos conocemos: «el país del sol naciente». La expresión proviene de una misiva que Shotoku envió al emperador de China. Hasta entonces, China consideraba que Yamato era una tierra de bárbaros o poco menos. Shotoku, consciente de la superioridad y desdén con que el antiguo y sólido imperio chino les miraba, unificó el Estado, le dio una Constitución y creó rangos y burocracia, a imitación de sus despectivos vecinos del otro lado del mar. Y cuando envió esa carta, chulito él, se dirigió al emperador chino como «el emperador del país del sol naciente al emperador del país del sol poniente»: no sólo en igualdad de condiciones, ratón frente a león, sino dando a entender la superioridad del ratón, por así decir propietario natural del nacimiento y de la fuerza del Sol que recibía de segunda mano China. Y la broma le salió bien
Pues ya era hora de que hubiera alguna película sobre este personaje, ¿eh,
Fingolfin (wherever you are)?
Bueno, quizá las hay más antiguas, pero de momento no parecen haber llegado a occidente.
En cuanto a la película como película: en IMDb tiene una notaza descomunal: 8,8 a fecha de hoy. No hagáis mucho caso: no es tan buena
Cuenta con un atractivo reparto, con el bien plantado protagonista muy cumplidor, pero con el veterano Ken Ogata robando todas las escenas en que sale, desde luego. ¿Será la verruga de su entrecejo?
Los vestuarios (muy interesantes para conocer el estilo «Yamato», que ya conocíamos por
Birth of Japan AKA Three Treasures) y los decorados son fastuosos, por ahí tiraron la casa por la ventana, así como en varias las diversas escenas de batalla. Pero la cinematografía (y la iluminación), para quien esto escribe, es de una pasmosa vulgaridad, estilo televisivo de serie barata. La narrativa también a menudo cojea y parece una mera sucesión de escenas que «hay que poner». Una pena; tanto dinero para lo menos importante y tan poca inventiva para lo que importa más. De todos modos, estos defectos nunca caen en lo desastroso-pastelero; simplemente hacen que, sin ser una basura ni tampoco exactamente mala, uno no pueda describirla como una buena película y menos aún como una formidable que merezca casi un 9. Sea como sea, es absolutamente imprescindible para los que estén interesados en conocer a través del cine los comienzos de la historia de Japón.