Full moon in New York ocupa un extraño lugar en la filmografía de Stanley Kwan. Situada entre su obra más conocida, Rouge, y su mejor película, Center Stage (ambas producidas por la Golden Way de la Golden Harvest y Jackie Chan), lo tiene todo para ser considerada una obra menor e incluso fallida, pero igual no es tan así. Es más, seguramente no es así.
La película nos contaba la historia de una hongkonesa, una china y una taiwanesa viviendo en New York, cada una con sus vidas, sus anhelos y también sus frustraciones. Hay que decir, para comenzar, que el cine de la nueva ola siempre sintió una atracción especial por los Estados Unidos, lo cual llevó a buena parte de sus cineastas a rodar al menos una película ambientada allí, que por lo general iba de los resultados más espantosos (Farewell China, de Clara Law) a una cierta mediocridad (Taking Manhattan, de Kirk Wong), y desde luego siempre quedaban muy lejos de lo mejor de sus obras. Stanley Kwan logra sin embargo salir airoso, tomando alguna decisión que los otros no supieron tomar: no es obligatorio sacar a un negro (a ser posible, totalmente estereotipado), por muy exótico que parezca, y no coger bajo ningún concepto actores americanos de décima fila, entre algún que otro detalle. Al fín y al cabo, él nos quiere mostrar la vida de estas tres mujeres, no hacer un (dudoso) viaje turístico por la ciudad.
Así las cosas, Kwan apuesta fuerte por un trío de actrices imbatible: Maggie Cheung (que aquel mismo año había rodado Days of being wild y Song of the exile... casi nada), Sylvia Chang (taiwanesa inquieta y genial) y Siqin Gaowa (a la que ahora recordaremos por ser la protagonista inolvidable de The postmodern life of my aunt, de Ann Hui).
Y su cine, se acerca irremediablemente al de Edward Yang (quizás el influjo de Sylvia Chang), aunque curiosamente, al Edward Yang que vendría, pero como la película realmente fue un fracaso total, debió de pensar que mejor se dejaba de historias urbanas y de sensibilidades, de intentar llegar al centro de problemas fundamentales para la sociedad en la que vivía, a través de las personas, y se refugiaba en el pasado (aún haría algún -inevitable- intento más). Porque realmente Maggie Cheung nos habla en esta película de un deseo muy hongkonés por triunfar en los negocios, Sylvia Chang de los problemas políticos de aquel Taiwán que esperaba un triunfo sobre China imposible (y que tenía igualmente sus sombras) y Siqin Gaowa de esos lazos familiares irrompibles (y que no se deben romper, como una parte más de nuestra historia).
Y Kwan rueda de nuevo una obra sincera (he visto calificarla de pretenciosa, pero es un adjetivo que me resulta absurdo). Lo siguiente será Center Stage...