A mí, al contrario, Brillante Mendoza cada vez me gusta más. Es cierto que su tono lánguido y realista, su compromiso con la fidelidad social permanecen inalterables y pueden resultar repetitivos para algunos, pero sus personajes, sus microhistorias son siempre tan verosímiles, tan individuales y específicas que, pese a la inevitable similitud en el fondo, el primer plano, el foco es siempre diferente y punzantemente real. Lola y Kinatay, de todas formas, me parecen dos películas totalmente distintas, ambas magníficas.