Ya con Norvegian Wood Tran Anh Hung hizo un montón de amigos (y sin embargo, era una maravilla). Ahora, con Éternité (me diréis... ¡es francesa! Sí, como toda la cinematografía de Tran Anh Hung. Pero...), si le quedaba alguno, va a por él. Tran Anh Hung es seguramente uno de los directores más atrevidos del panorama actual, solo que como se le entiende, parece que no esté haciendo nada. Pero no os preocupeís: cada crítico que arrasa con él, defiende su obra anterior (que en su momento atacó también). En todo caso, el cine de Tran Anh Hung es, desde siempre, una cuestión privada: de nosotros con él. Éternité lo tiene claro. No hay terreno medio: o te parece increible o te parece una basura. Yo me quedo con lo primero. Y tan increible.
Pensemos en un detalle. Entre 2000 y 2008, Tran Anh Hung desaparece del mapa. Luego sabremos que el misterio es más bien sencillo: tuvo un hijo. Un cineasta en la cúspide de su carrera se retira porque ha tenido un hijo. Curioso. Vuelve y no mucho después hace una película (esta) sobre la maternidad. Sí. Así como lo oís. La película es un canto a la maternidad (una sucesión casi asombrosa de partos y niños) punteada por una sucecsión de muertes (de esos mismos niños). Veréis el reparto e igual os sorprende o no, pero lo cierto es que os podéis olvidar de todo. Esta película la han hecho tres personas, las tres asiáticas: Tran Anh Hung, su mujer, Tran Nu Yên-Khê (que es la voz en off y se ocupa también de la escenografía) y el director de fotografía, el maravilloso Mark Lee (el director de fotografía de Hou Hsiao-Hsien, entre otros). Ahí lo tenéis todo. Porque la película es lo que aportan ellos. Tran Anh Hung con una dirección colosal, su mujer con una escenografía riquísima (y su voz está durante toda la película... porque la película más que actuada ¡está narrada!) y la fotografía de Lee, en la que cada fotograma (no escena, fotograma) es de una belleza y una justeza increible.
El resultado es una obra de orfebrería producto de ellos tres y nada más. Algo que te deja sin aliento o te hunde en la miseria más absoluta. No hay nada que pensar, todo está puesto para sentir (y no la historia, que a mi, personalmente, me ha dado igual). Es cine sensorial sin necesidad de tres dimensiones o asientos que se mueven. Aquí todo te envuelve y todo se agita alrededor tuyo. Un milagro.
En todos los lados tiene puntuaciones horrendas. Genial. No me sorprende, solo me da pena. El tiempo de los robots han llegado. No ha hecho falta inventarlos: nosotros nos hemos convertido en ellos.
Tiene subtítulos en español. Y ya nos va bien, porque no los tiene en inglés.