Kaza-hana (2000), de Shinji Somai, una figura bastante influyente en el desarrollo del nuevo cine nipón, narra una historia en principio lineal y convencional: la búsqueda de una pareja en crisis de su reencuentro a través de un viaje. El mérito del director es enriquecerla con una sutil descripción de los estados de ánimo de los personajes en sus intentos de superar la tristeza e incomunicación que los acosa, proceso en el que los tiempos muertos y la utilización de los espacios adquieren auténtica relevancia dramática. No estamos hablando de una película de Antonioni, pero es innegable que la figura del realizador italiano se ha convertido en una influencia incontrastable en buena parte del cine oriental que conocemos.
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